Una coalición

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JUAN MARTÍN POSADAS
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A partir de la última reforma electoral que estableció la segunda vuelta y el ballotage quedaron fijas unas reglas de juego que establecen una sucesión de etapas la que termina en dos únicos casilleros para el premio final.

Sean cuantos fueren los actores políticos existentes, para la instancia final solo quedan dos casilleros: el que quiera participar en la final tiene que meterse en uno u otro; el que no pueda o no quiera pasa a ser insignificante. Así es el sistema electoral actual.

La característica circunstancial, es que en nuestro país hay dos coaliciones: la coalición más antigua que es el Frente Amplio y la más reciente que es la que está hoy en el gobierno. Como tienen dimensiones parejas la única posibilidad de crecimiento para cada coalición es la fuga de votos desde la otra. Todo intento de crecer adentro, en base a perfilismo, termina inevitablemente en una canibalización de la propia fuerza; compra una derrota si es tiempo de elecciones o compra una disfunción en el gobierno si es en tiempos de gobernar.

Hay estilos políticos que funcionaban bien en el antiguo esquema prereforma electoral pero que ahora, se han convertido en contraproducentes. Los partidos y los dirigentes se han ido acostumbrando poco a poco al cambio pero quedan algunos rezagados que todavía no entendieron.

Quienes también se han ido acostumbrando -y lo harán cada vez más- son los electores: cuidarán que su voto sea útil votando por los más aptos para funcionar en coalición y descartarán a los llaneros solitarios que juegan a la personal y son un clavo en cualquier coalición. Siendo esto así, siendo éstas las reglas de juego vigentes, los actores políticos -que en Uruguay son los diversos partidos con sus respectivos sectores- se moverán con mayor eficacia si tienen habilidad para funcionar en coalición y resultarán menos atractivos los que demuestren ineptitud o dificultad para funcionar en esa situación.

La dirigencia partidaria que ha entendido bien las nuevas condiciones buscará mantener equilibrios entre las necesidades particulares de cada socio y las de la coalición como tal. Hay que permitir que cada partido integrante de la coalición conserve su identidad propia, siempre y cuando esa identidad no sea la de socio díscolo o mañero. Por otra parte, el partido que sea el convocante o el núcleo de la coalición deberá también demostrar sus aptitudes para coaligar, evitando el avasallamiento de los socios.

La única posibilidad de crecimiento para cada coalición es la fuga de votos desde la otra.

Como las coaliciones exitosas se convierten en gobierno la gestión de un gobierno de coalición debe mantener los equilibrios durante toda su gestión, aún cuando se vaya agotando su período y se avecinen las nuevas elecciones, es decir, cuando se vuelva a plantear el juego binario.

Aquí en nuestro país se produce una situación única, que no se produce en otros países; la coalición Frente Amplio ha adoptado para sí misma un discurso identitario que lo inhabilita para formar una eventual coalición con ningún otro actor del sistema, tildando a todas las otras fuerzas políticas partidos burgueses, ajenos a las causas populares. En la coalición que ocupa el otro casillero binario, el convocante es hoy el Partido Nacional, (teóricamente podría mañana ser otro) pero el discurso identitario allí debe caracterizarse, justamente, por su disposición para funcionar en coalición.

Es decir, un discurso esencialmente distinto del discurso del Frente Amplio.

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