El Ministerio del Interior informó que en el primer semestre del corriente año, se recibieron 21.459 denuncias de violencia doméstica. Del total de denuncias, hubo 1.606 relativas a inconductas sexuales. Deducimos que hubo 19.853 denuncias de violencia a secas.
Ese total impresiona como un mazazo. Reflexionada, conmueve. 21.459 denuncias en los 182 días del semestre significan 118 denuncias por día. Es decir, en cada jornada de 24 horas, 5 denuncias de golpes, insultos o amenazas por hora. Lo cual es un bochorno.
Si a eso se suman los 11 feminicidios del mismo período -dos por mes-, tipificados en un total de 21 mujeres asesinadas en el mismo tiempo -tres y media por mes-, sentimos que el bochorno se transforma en afrenta.
En las mismas horas en que el Ministerio del Interior daba a luz los totales de la primera mitad del año, en una modesta vivienda de San Jacinto una señora de 65 años fue asesinada por su pareja, un hombre de 77 años que la degolló con un cuchillo de cocina. En el año 2.022, el feminicida había sido denunciado por quien a la postre iba a resultar su víctima, por consecuencia de haber reconstituido la vida en común después que vencieron las medidas dispuestas por la Justicia.
Este horror ocurrido ayer en San Jacinto se constituye en una trágica parábola que nos muestra, en toda crudeza, que las estadísticas de las desgracias -y su comparación con una muerta menos en el primer semestre del año pasado- son una abstracción para medir cantidades pero no reflejan todo el dolor y toda la miseria moral que se concentran en cada asesinato de una muchacha joven, una joven adulta o una anciana a manos de su pareja. No hemos ganado nada con tabular las infamias en prolijas planillas Excel ni cambiando la denominación “crimen pasional” por feminicidio, apocopado en femicidio. No hemos ganado nada en extender a las angustias de la violencia y al luto de los asesinatos, la “cuantofrenia” igualadora y sin sentimientos que lúcidamente denunciaba la sociología filosófica de Pitirim Sorokin.
De nada han servido los intentos legales de enmendar las conductas mediante procesos judiciales abreviados. Los Juzgados Letrados de Familia Especializados en Montevideo ya son 12 y no dan abasto. Pero de poco sirven las prohibiciones perimetrales y las tobilleras frente a la ineducación sentimental, el silencio sobre principios y la carencia de frenos, que son miasmas diseminados en los más diversos niveles.
Por eso, es hora de unirnos para combatir la incultura, la ausencia de reflexión y la falta de filosofías que robustezcan la personalidad, carencias que nos royeron el alma a medida que hemos debilitado las bases de la formación personal que nos distinguió por más de un siglo.
Esa tarea no puede pedírsele solo al Ministerio del Interior ni solo a las autoridades de la enseñanza pública y privada.
Es una tarea de todos y para todos, ya que hay que prevenir los crímenes en el corazón y la cabeza de cada uno, en vez de aceptarlos impávidos como muestra natural de lo que hemos llegado a ser.
Al fin de cuentas, reflexionar y compartir las ideas y los estilos es una misión de cada uno de nosotros, que -lo sepamos o no- somos los portadores de la sociedad que vendrá, es decir, del porvenir de nosotros mismos.
Que depende del orden público cultural -espiritual- que sepamos construir.