Una diáspora en dignidad

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Al responder por qué el Dr. Edmundo González Urrutia no se entrevistó con el Presidente electo, el señor Juan Castillo respondió que el visitante no lo había pedido. Esa razón parece suficiente. Pero el inminente Ministro de Trabajo agregó: “¿Quién es González Urrutia? ¿Él se autoproclama presidente? Tampoco mostró las actas”.

Allí le erró feo: quien se alista para una secretaría de Estado no puede preguntar “quién es” una personalidad recibida por el presidente de su país. Si cuando llegó el nombre, no le sonaba, tenía el deber de googlearlo.

Y si el propósito fue proclamar ignorancia para ningunearlo, el tiro le salió por la culata, ya que en la misma respuesta incluyó las palabras “presidente” y “actas”, que son las que singularizan a este González de todos los demás que pululan con su apellido, por cierto, castizo y popular.

Pero el desbarre fue más lejos. Al declarar Juan Castillo “¿él se autoproclama presidente? Tampoco mostró las actas”, incurrió en una falacia inadmisible. Por un lado, está Maduro, atornillado en el poder, que osa negar al mundo entero las actas de los comicios que dice haber ganado. Eso es ocultación. Por otro lado, está González Urrutia, un venezolano itinerante que, tras reunirse con el presidente panameño José Raúl Mulino, entregó las actas del 85% de los circuitos en presencia de seis cancilleres y una decena de expresidentes, para que las custodie el Banco Nacional de Panamá. Eso es certificación, tan luego confirmada por la negativa chavista a todo cotejo.

Esto da para que nos emocionemos ante la singularidad de que un banco asuma la misión de custodiar la soberanía de un pueblo hermano.

Si en vez de eso se aduce que el triunfador “tampoco mostró las actas”, lo que se hace es bajar de plano, al usar el mismo sofisma que, en “Procesado 1040”, Juan Carlos Patrón puso en boca de El Zorrito, que frente a dos o tres testigos que lo habían visto robar, zampó: “Y hubo millones que no me vieron”. Semejante recurso a veces permitirá zafar en la cortita, pero no sirve para entrenarse en razones de Estado. Máxime si se osa aducir que “Los venezolanos han elegido este gobierno y se está integrando allí”, legitimando una asunción presidencial cumplida a espaldas del mundo.

Castillo remató su mensaje diciendo que “Orsi no tiene por qué recibir a todo el mundo que ande en la vuelta” -en lo que tiene razón-“y menos si no es nadie”, en lo cual no sólo no tiene razón, sino que también ofendió graneado.

Ofendió a los ocho millones de venezolanos que han debido exiliarse por obra de Chaves y Maduro, muchos de ellos trabajando fuera de su profesión u oficio original, para tener techo y pan, para criar a sus hijos o para mantener a sus padres. Los conocemos bien, porque muchos de ellos se han afincado en el Uruguay. Viven con dignidad la épica de su tragedia. Y nos ofendió a todos los que, por nuestro oficio tramitador, llegamos a barandas donde no se nos conoce y nos sentimos nadie, a defender los derechos de otro que también es nadie. No necesitamos creer que un cargo es requisito para dialogar con la autoridad.

Sabemos que el espíritu convierte a los nadie en personas. Y que el Derecho nos reconoce como tales, con una generalidad y una igualdad que no se enseña en las visiones que colocan las luchas de intereses y clases por encima de la fraternidad humana.

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