La sociedad suele demostrar memoria corta cuando se trata de hechos adversos o traumáticos. Tal vez sea un mecanismo de defensa o, quizás, simplemente, inmadurez.
Es lo que parece ocurrir de cara a los dificilísimos tiempos vividos en 2022 y 2023, por la extrema sequía padecida en el país.
Nos hemos olvidado de la aguda crisis provocada por un inusualmente prolongado período del fenómeno natural “La Niña”, responsable de llevar al agotamiento casi total de las principales fuentes de agua que alimentan el suministro de agua potable del área metropolitana.
El gobierno, con inteligencia y decisión, dirigió su estrategia a una fuente distinta e inagotable al diseñar el proyecto “Neptuno” en Arazatí, como respaldo independiente de agua, alejado de la maltrecha cuenca del río Santa Lucía. Somos conscientes de que el agua dulce es el recurso natural más preciado. Solo el 2,5% del agua del planeta es dulce y, como si eso fuera poco, los 2/3 de ella está retenida en glaciares, hielos polares y nieves perpetuas.
Por lo tanto, en este asunto debemos demostrar mucha firmeza para alcanzar las mejores soluciones, sin perder el tiempo en discusiones “de boliche” (exacerbando dudas técnicas y otras excusas) que sólo pretenden mantener el actual status quo de alta vulnerabilidad. Es una historia repetida y bien conocida. Deberíamos haber aprendido la lección.
Estando todas las cartas sobre la mesa queda claro que el proyecto “Neptuno” es la respuesta más inteligente que se ha presentado a un problema que espera por una solución definitiva y de largo aliento.
Recordemos que hay que solucionar dos problemas críticos al unísono. Disponer de una fuente de agua permanente, inagotable e invulnerable a los avatares naturales -como lo son las sequías e inundaciones- y contar con una nueva planta procesadora de agua potable que respalde a Aguas Corrientes.
Se pretende que tropecemos otra vez con la misma piedra. La extrema crisis hídrica del 2022/23 se debió a la falta de previsión y decisión de los Gobiernos anteriores, que conocían perfectamente la gravedad del problema, la fragilidad del sistema de OSE, y la necesidad de tomar decisiones rápidas y concretas en tiempos de normalidad. Pero nada de eso se hizo. Se ignoraron todas las alertas que sonaban año tras año. Una y otra vez lanzaron el problema hacia adelante, para que otro lo solucionara.
El colmo ocurrió cuando la última administración frenteamplista -y luego de 15 años de gobierno-, en el cambio de mando, le entregó al entrante presidente Lacalle un borrador con la idea de construir una nueva represa en el arroyo Casupá (dentro de la cuenca del Santa Lucía). ¡Qué gran aporte a la solución del problema! Quedó claro que fue un intento póstumo de decir “el tema nos preocupó y algo intentamos hacer; te paso la posta”.
Se han cumplido todas las etapas previstas por la normativa vigente. Solo resta que OSE a la brevedad firme el contrato con el consorcio privado, para comenzar a desarrollar el proyecto que garantizará el respaldo hídrico metropolitano y, a diferencia de lo ocurrido cinco años antes, el nuevo gobierno asumirá la conducción del país con un problema mayúsculo solucionado.