En la extrema complejidad que caracteriza a nuestro mundo se explica, en buena medida, la dificultad de comprender la realidad. Nos referimos al comportamiento de nuestro planeta, siempre dinámico, cambiante, e impredecible. Desde luego no tiene sentido abordar el asunto sin incorporar la significativa influencia de la humanidad en el proceso.
A pesar de que somos una especie más, es evidente que nuestra impronta, nuestro impacto en la biosfera (todas las zonas del planeta donde existe la vida) es significativo. La teoría darwiniana expresa que todas las especies están inmersas en un proceso continuo de adaptación al medio, en el cual el éxito significa la supervivencia, y el fracaso la extinción.
Por su parte la hipótesis Gaia del médico, meteorólogo y ecólogo inglés James Lovelock (1919-2022) irrumpió en 1969 con una visión disruptiva, proponiendo una explicación diferente a nuestra realidad planetaria.
Desecha la idea de que la vida y el planeta evolucionan en forma separada. Propone que la primera no se adapta a la segunda, sino que ambas conforman un sistema autorregulado, con el propósito de mantener la habitabilidad de la Tierra.
Por lo tanto no debemos adaptarnos a un medio físico más o menos inmutable, sino que ambos factores interactúan de manera muy estrecha y constante para mantener las condiciones propicias que permitan la vida en el planeta. Al igual que funciona nuestro organismo, todas las partes interactúan con el propósito de la viabilidad biológica.
Lovelock irrumpió en el mundo académico con esta desafiante hipótesis, asegurando que la presencia de la vida en la Tierra fomenta las condiciones adecuadas para el mantenimiento de la biosfera. Consecuencia de ello son, por ejemplo, la singularidad y la estabilidad de la salinidad de los océanos, y de la composición y temperatura de la atmósfera.
Si su hipótesis es cierta, la totalidad de las especies vivientes, más el suelo y las rocas superficiales, los mares y océanos y la atmósfera están tan estrechamente unidos, que son capaces de funcionar como un sistema muy complejo, que cambia y evoluciona con el propósito superior de garantizar la viabilidad de la vida.
La búsqueda constante de la homeostasis planetaria sería equivalente al mismo fenómeno que ocurre en nuestro cuerpo. Nos referimos a la capacidad de mantener un equilibrio que le permita conservar su estructura y realizar sus funciones siempre iguales, a pesar de los desequilibrios que se produzcan en el exterior o medio donde se desenvuelve. No es lo mismo que resiliencia, que refiere a una aptitud de tolerancia, de absorber modificaciones, sin deteriorarse.
La hipótesis Gaia da qué pensar. Como vemos, propone una interesante visión que intenta explicar la extraordinaria singularidad de la Tierra; que lo hace un planeta único en nuestro sistema. En él la vida, no solo se abrió paso enfrentando dificultades extremas sino que, al mismo tiempo, fue su artesana. Coincide sorprendentemente con la idea de que, al igual que las células, tejidos y órganos de nuestro organismo, los millones de especies que habitamos el planeta somos responsables directos de que exista la biosfera, haciendo posible que la vida continúe prosperando.