Una ola de obligaciones

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Cada vez que uno visita algún país de Latinoamérica, al regreso a nuestra aldea, se hace manifiesta esa sensación de estar muy cerca de ser algo parecido al primer mundo. Parecería que las condiciones preexistentes son inmejorables, para efectivamente dar ese salto y convertirnos nuevamente en aquel rincón excepcional de América Latina.

Sin embargo, esa sensación de optimismo se disipa rápidamente, al sentir que, en términos estructurales y culturales, no logramos cambiar nada en Uruguay. La medianía uruguaya, que atraviesa a políticos, empresarios, sindicalistas, profesionales y trabajadores, a largo plazo nos esta mostrando sus efectos secundarios negativos. En definitiva, no es más ni menos que la falta de arrojo y autoexigencia. Aunque duela expresarlo, somos una sociedad extremadamente mediocre.

Lo dramático es que, de manera simultánea, hemos construido una coraza de autocomplacencia y autopercepción, que nos impide ver nuestros defectos, y esa medianía paralizante la hemos convertido en épica nacional.

En consecuencia, somos parte de una sociedad estancada y en un suave pero permanente declive, con el infortunio de que pertenecemos a una región del mundo que colabora directamente en mantener sana y vigorosa nuestra coraza de autocomplacencia.

Esta visión no está relacionada con gobiernos de turno ni políticas de gobierno. Se relaciona con nuestra realidad social, educativa, cultural y hasta moral.

Todo indica que continuaremos avanzando en el proceso de fragmentación social y pérdida de calidad en todos los estamentos de la sociedad. La inexistencia en el debate público de posiciones éticas y morales, como imperativos deseables a cumplir, es solo una muestra del estado de situación.

En este marco, nuestros nóveles candidatos a liderar el tan noble sistema de partidos políticos parecen no darse cuenta de que necesitamos actos de arrojo y valentía, en lo conceptual, en lo moral, una propuesta que agite nuestra infinita posición de comodidad a lo conocido.

Sin embargo, algunos de manera explícita nos hablan de “una nueva ola de derechos” y otros de manera implícita ingresan en los mismos conceptos, en una competencia marcada por un océano de lugares comunes y frivolidades a las cuales ya nos hemos acostumbrado.

El pueblo uruguayo, desde el empresario más encumbrado hasta el trabajador más humilde, incluyendo especialmente a políticos y servidores públicos, todos requerimos un shock de obligaciones, necesitamos ser mejores. Debemos modificar el concepto omnipresente de los derechos adquiridos (de todos y en primer lugar de ciertos empresarios), por el concepto de qué valor estoy agregando.

Poseo la firme convicción de que, si Uruguay pretende dar un salto al desarrollo y bienestar de su población, requiere urgentemente una nueva ola de obligaciones.

Todos debemos tener el imperativo moral de ser mejores trabajadores, profesionales, funcionarios públicos, padres, madres, debemos ser mejores, y ello será cierto solo si volcamos cierta dosis de sacrifico y esfuerzo.

Nunca lo lograremos si nuestros buques insignia son la autocomplacencia y un sistema de premios y castigos que beneficia a la medianía letárgica.

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