Uncool Britannia

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El Reino Unido tiene un nuevo primer ministro insulso como una taza de té con leche. Reconfortante, para muchos, después del exceso de avinagrado drama político de los últimos años.

Keir Starmer se convirtió el viernes en apenas el cuarto líder laborista en ganar unas elecciones generales. Una victoria histórica también porque después de 14 años en el poder, y tras el paso de cinco primeros ministros, el Partido Conservador tuvo la peor votación en sus 190 años de vida.

Como en tantos lugares, apareció la volatilidad de los votantes. De una victoria aplastante, la conservadora hace cinco años, cuando los laboristas sufrieron su peor derrota electoral desde la década de 1930, pasaron a otra victoria aplastante.

Son también de los resultados más desproporcionados de la historia si se tiene en cuenta la cantidad de votos para cada partido. El laborismo se quedó, habiendo conseguido un tercio de los votos (34%), con casi dos tercios de las bancas (63%) de la cámara baja de Westminster.

Esto pasa porque los británicos votan en un sistema uninominal. No eligen al primer ministro, sino al representante para el Parlamento de cada una de las 650 circunscripciones. El sistema del first-past-the-post establece que los partidos presenten a un solo candidato en cada circunscripción y que los partidos no obtengan representación de acuerdo con su proporción del voto popular. Los votantes eligen así al que creen que tiene mayor posibilidad de resultar elegido. Hay mucho voto táctico y esto, además de beneficiar a los dos grandes partidos, castiga a los perdedores y a los partidos chicos.

Fueron las primeras elecciones desde el Brexit. En el herido orgullo británico, los resabios imperiales, y las divisiones dentro del Partido Conservador yació la génesis del traumático divorcio entre Reino Unido y la Unión Europea. Ahí está una de las explicaciones del resultado de esta semana. Hoy más de la mitad de los británicos considera que fue un error dejar el bloque. El referéndum de 2016 ha sido el principal factor desestabilizador de la política británica en los últimos años.

Reino Unido, ese antiguo bastión de la previsibilidad política, tuvo tres personas en el cargo de primer ministro en menos de dos meses en 2022. Una de ellas estuvo 49 días al frente del gobierno. Fue poco, pero suficiente para destrozar la reputación de buenos gestores financieros que en algún momento supieron ostentar los conservadores.

La política de austeridad impuesta tras la crisis de 2008 repercutió en la falta de inversión pública (el sistema de salud tiene 10 millones de casos en lista de espera). Los salarios, ajustados por la inflación, están casi al mismo nivel que en 2007. Los británicos de ingresos medios son un 20% más pobres que sus pares en Alemania y un 9% que los de Francia. El escándalo del partygate (las fiestas en Downing Street durante el confinamiento de la pandemia) terminó de hundir la imagen tory.

La división dentro del Partido Conservador implicó que se le fugaran millones de votos por derecha. El partido populista-nacionalista de la Reforma, antes conocido como el Partido del Brexit, liderado por Nigel Farage, uno de los impulsores de la salida de la Unión Europea, consiguió apenas cuatro diputados. No hay que quedarse tanto con esa cifra sino con los 4 millones de votos (el 13%), y el hecho de que fueron el segundo partido más votado en el 15% de las circunscripciones. Un partido antiestablishment, antielite, antiglobalista. Un partido que en los últimos días tuvo que retirar a tres candidatos a diputados que habían hecho comentarios racistas. Uno de ellos dijo que los negros tenían que “mover sus culos perezosos” y dejar de actuar “como salvajes”.

Los próximos años de la política británica van a estar marcados por esta lucha en la derecha. Si la derrota aplastante del Partido Conservador lo acerca hacia un populismo más radical o no. ¿Está Reino Unido a unos años de lo que está viviendo Francia hoy, con la derecha radical a las puertas del poder? Es una de las preguntas que dejan los resultados. Ante la falta de respuestas, ante la falta de esperanzas, en Reino Unido y en otros lados, es más factible que se recurra a los que ofrecen soluciones simples a problemas complejos.

Ganó la moderación y el hartazgo hacia los Conservadores. Fue, más que nada, una victoria del desencanto. El ex fiscal general Starmer, que no es conocido por su carisma, lidera el laborismo desde 2020, cuando empezó un proceso para acercarlo hacia el centro. Lo remodeló, purgó a figuras de la izquierda más combativa, y capitalizó el show de errores y horrores del oficialismo.

La última victoria del laborismo había sido en 1997 de la mano de Tony Blair. Otro mundo y otro Reino Unido. La época de Oasis y las Spice Girls. La era de Cool Britannia. Hits del pasado que se fueron apagando. Un país que se fue deshilachando. Esta elección, casi más que una victoria de la oposición, fue una derrota del oficialismo que se cocinó a fuego lento, pero cuyo desenlace fue expeditivo. Antes de la una de la tarde del viernes, cuando todavía quedaban dos bancas por definir, Starmer aceptó el encargo del rey Carlos III para formar gobierno, asumió el poder, dio un discurso frente a Downing Street y empezó a nombrar su gabinete. Lo que tiene por delante no será, ni de cerca, tan rápido ni sencillo.

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