Uruguay internacional

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En nuestra última nota nos propusimos esbozar, de manera muy general, algunas líneas geopolíticas del mundo que vendrá. Allí adelantábamos un escenario nuevamente bipolar, más complejo y no tan claramente definido como el de la guerra fría, donde de cara al enfrentamiento entre China, Rusia e Irán como protagonistas aparecían los Estados Unidos y la Unión Europea como sus contradictores principales, mientras afloran oposiciones secundarias como la impulsada por el ISIS igualmente peligrosas para la paz mundial. A esas cercanas realidades nos atrevemos a agregarles aquí, las consecuencias de la futura inserción de nuestro pequeño país en esa conturbada escena. Una presencia si bien sin importancia para el mundo, pero de vital importancia para nosotros. Tanto que dictará nuestra suerte en los próximos años.

Existen no obstante dos acontecimientos imprevisibles que se relacionan uno con el frente internacional, donde el eventual triunfo de Donald Trump en las elecciones de su país introduce un factor indeterminado capaz de alterar los equilibrios esbozados, y otro de mínima importancia para el mundo, pero esencial para nosotros, de cómo se conformará nuestro sistema político el próximo noviembre. No será la misma la salud internacional uruguaya en un medio mundo acaudillado por Trump que por Biden, ni si en el Uruguay triunfa el Frente Amplio o la Coalición Republicana.

Intentemos primero conjeturar qué nos ocurriría en un mundo donde para alivio universal triunfara Joe Biden, y el escenario geopolítico mundial se moviera, aun con dificultades, siguiendo los intereses norteamericanos. Cabe imaginar que, en ese escenario, relativamente similar al actual, nada externo ocurrirá en nuestro pequeño país que impida o dificulte, con tenue ayuda exterior, las reformas que la mitad del país no frentista reclama procesar.

Es cierto a su vez, que, si triunfara el Frente Amplio, se impondrá internamente una política inspirada en una concepción de país de aspiraciones centrípetas, semicerrado al exterior, todavía contaminado (aunque no ya dominado) por sueños anacrónicos sobre el clasismo, la patria grande (por ahora reducida al Mercosur), la hermandad de los pueblos, etc. Como consecuencia asistiremos a la prometida caída de la reforma educativa, demasiado universalista y materialista, sustituida por un corporativismo gremial que confunde sociedad civil con Estado; modificaciones en la seguridad social (eliminada por un élan distributivo sin soporte productivo) y de variadas normas de la LUC, con regresiones en diferentes terrenos.

Todo lo cual seguramente agravado si la triunfadora fuera Carolina Cosse junto al anacrónico Partido Comunista asistido por el coráceo Pit-Cnt. Ni qué decir que en América Latina terminaremos alineados con Cuba, Nicaragua, Venezuela, Brasil y en un franco acuerdo con lo que resta en el mundo de una izquierda en franca decadencia. Con la grave duda si la invasión rusa a Ucrania tuvo o no sus justificaciones. Nada de esto, por supuesto, inquietará demasiado al eje norteamericano, que únicamente dejará de mirarnos con la misma condescendencia con que lo hace actualmente, y no nos invitará a participar en acuerdos internacionales como el sabroso Tratado Integral y Progresista de Asociación Transpacífico, tal como sugirió recientemente.

A su vez y como es obvio, nada es igual si coinciden el Frente Amplio en el gobierno uruguayo y Donald Trump en el suyo. Es sabido que el candidato norteamericano es un populista de derecha de reflejos sureños. Recrear el poder de los Estados Unidos como pretende es un sueño imperial imposible de realizar. No obstante, toda su política es tributaria de esa aspiración. Sigue pensando en términos del superado cinturón industrial de su nación y de los aislados cowboys de Colorado, Texas o Montana, cuando el Plan Marshall y el U.S. Army, constituían la verdad.

Para este hombre ninguna realidad es imperceptible. Un Uruguay con el Frente Amplio a la cabeza, como ladero del Brasil de Lula, y dubitativo en todos los equilibrios mundiales, no puede ser de su agrado. Como antes dijimos, de esta asfixia surrealista solo nos puede proteger nuestra pequeñez, en este caso asimilable a insignificancia. Uruguay necesita desesperadamente abrirse al mundo, pensar como Singapur, no como lo hizo Argentina y parcialmente Brasil, durante los últimos cincuenta años. Ninguna posibilidad en ese sentido nos será brindada por un mandamás (en el verdadero sentido, manejando el arsenal nuclear mejor dotado del mundo), que solo piensa en su nación y lo hace en términos delirantes. Tampoco, por otras razones, lo hará el Frente Amplio. Nada bueno nos espera en esta perspectiva.

Es cierto que si Trump, alguna vez se interesara por América Latina tampoco se mostrará afín a la Coalición Republicana, pero allí sus rechazos serán menos importantes. Seguramente nos separarán los principios y asuntos como las diferencias respecto al apoyo a Israel (moderado en el caso uruguayo por sus propuestas de tregua) o el claro apoyo nacional a la defensa ucraniana. Sin duda el panorama no será el mejor, pero seguramente contará con más posibilidades que con un gobierno frentista netamente volcado a la izquierda. El Uruguay no puede permitirse que su crecimiento potencial siga siendo un 2% del PBI, como sucedió por decenios. Para quebrar esa cifra, un límite histórico que opera como un impulso retroactivo, necesitamos despojarnos de velos ideológicos y cambiar nuestra mirada hacia el mundo. Eso no lo vamos a lograr con el Frente Amplio en el gobierno -no existe en su ADN-, pero parece despuntar en la Coalición Republicana, que, en sus reformas básicas, sugiere prepararse para un panorama donde ello será posible. Bien lo ha dicho el ministro Paganini: “De eso se trata, de abrirnos… Es por ello que es importante para Uruguay formar parte de esta movida de comercio internacional en este mundo que ya no es tan aperturista y formar acuerdos y bloques para que la economía fluya”.

En síntesis, pensar con nuevas ideas alejadas de figurines y leyendas polvorientas. Cada cual más anacrónica, como el silente socialismo de Orsi y el oculto comunismo de Cosse.

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