La semana pasada se conocieron los datos del PBI del primer trimestre del año. Si se le extrae (estadísticamente) el componente estacional, de forma de hacerlo comparable, el PBI cayó 1,6% con respecto al trimestre anterior.
Recordemos que el PBI había caído 0,7% en el último trimestre de 2019. Una economía con dos trimestres de caída consecutivas entra en recesión.
Una magra temporada turística, una situación general de estancamiento productivo -con la excepción de la nueva planta de UPM y sus obras asociadas- y 18 días de coma autoinducido a causa del coronavirus, explican la caída de la actividad económica.
Todos los números que se manejen habría que tomarlos con pinzas. Tenemos un PBI en el cual el servicio de las telecomunicaciones se valora a precios de 2005. En el mundo de la tecnología 15 años implican cambios drásticos de los precios relativos, lo que se debe incorporar en la medición del PBI. Mientras las telecomunicaciones a precios reales representan más del 15% del PBI en Uruguay, apenas llegan al 3% en EE. UU. y Chile, por ejemplo. Este asunto, que hace tiempo que se viene arrastrando, distorsiona mucho los números, y más aún cuando las telecomunicaciones son justamente el sector que más se movió de la mano del COVID-19. No es el objetivo de esta columna volver a insistir con la necesidad de la publicación por parte del BCU de un PBI actualizado, aunque la situación ya sea muy grave para la toma de decisiones informadas. Las Naciones Unidas recomiendan a los países actualizar sus mediciones del PBI cada tres años: ¡el PBI del Uruguay ya cumple 15 años de desactualización! A los economistas de todo el mundo les gusta decir a qué tipo de letra se parecen más las caídas y recuperaciones de las economías. Se dice que es una V cuando la actividad rebota como una pelota de ping-pong y vuelve rápidamente al mismo lugar en donde estaba. Se dice que es una U cuando la actividad queda un tiempo planchada en el piso y demora en resurgir con fuerza. Se dice que es una W cuando se prevé que haya una nueva caída después de la recuperación.
Tengamos claro algo muy relevante: en el mejor de los casos, con una recuperación en forma de V en el segundo semestre, volveríamos a una economía en recesión. Más que una V lo que el país necesita es un tic de aprobado, en donde el trazo sigue ascendiendo luego del cambio de dirección. Por arte de magia no van a volver las condiciones que estimulen la inversión y permitan que la producción rebrote de forma tal que la recuperación se transforme en una expansión autosostenida.
La economía uruguaya previo a la irrupción del coronavirus ya estaba en recesión, luego de un largo estancamiento productivo desde fines de 2014, y con inversión y empleo en caídas anuales. Sin una mejora sustancial de la inserción comercial internacional y de la eficiencia de las empresas públicas -para que las tarifas dejen de ser una pesada mochila para el sector productivo-, junto con una desregulación estratégica y generalizada y se reduzcan costos innecesarios-, va a ser difícil terminar de escribir la V y mucho menos, lograr el tic de aprobado.
Para que la salida se pueda transformar en el comienzo de un nuevo ciclo expansivo es urgente impulsar una amplia agenda de reformas pro competencia, pro productividad y pro inversión que el país tiene pendiente hace rato.