Mientras Cristina Kirchner y el presidente Alberto Fernández reanudaban su eterna querella, el nóbel Vargas Llosas, quizás el mayor novelista vivo de América Latina, disertaba primeo sobre Benito Pérez Galdos y luego sobre
el destino político de nuestro continente en una concurrida presentación en la Feria del Libro bonaerense. Lo hizo venciendo el rechazo de varios sectores de izquierda de aquél país, por principios opuestos a la invitación. Más tarde, siguiendo su periplo sureño, participó junto a la periodista y profesora uruguaya Blanca Rodríguez de un acto literario en Montevideo para luego recibir una medalla de honor de Udelar, en inesperado gesto de nuestra Universidad. Un reconocimiento que merece destacarse y que Vargas, debidamente informado sobre el clima ideológico de nuestra casa de estudios, agradeció calurosamente. De esto último, y en este periódico, dio cuentas Gustavo Iturralde en su nota del pasado viernes.
Aquí nuestro objetivo será referirnos a su intervención en Buenos Aires, donde estuvimos. Combinándolas con sus consideraciones literarias Vargas conversó sobre política en América Latina. Sabido es, como señalábamos, que se trata de un intelectual con fuerte inclinación política liberal, lo que le ha supuesto el previsible rechazo de la izquierda, falta de ese ingrediente. Para ella un traidor, que si bien adhirió a la revolución cubana, más tarde, cuando ella reprimió a los intelectuales, terminó repudiándola. Esta política iniciada en 1971 con Heberto Padilla, condenado como opositor al socialismo por sus poemas, motivó el rechazo de Vargas Llosa, convertido desde entonces en severo crítico de la deriva ideológica de la isla.
Ahora a los ochenta y tres años Vargas no ha modificado ni en una coma su rechazo a las definiciones totalitarias, que, sostiene, se difunden por toda América Latina, y están a punto de hundirla en el pasado. “Tengo, dijo, muy poca confianza en la izquierda latinoamericana y la juzgo por mi país, donde por primera vez tenemos a un presidente analfabeto”. Vargas, que un tiempo atrás había afirmado que nuestro continente iba mal, sostuvo que ahora va peor. “Es muy difícil ser optimista frente a una América Latina dominada por nuevas dictadura, la izquierda latinoamericana, como es el caso de Perú, Ecuador y Bolivia, es fanática, ciega y dogmática, responde a las consignas de manera automática y no hay modo de trabajar para que un cambio sea posible”.
Más tarde recomendó la lectura del ensayista y epistemólogo austríaco Karl Popper, autor de “Miseria del historicismo”, una de las críticas más incisivas a los fundamentos del pensamiento de Karl Marx. Tampoco ahorró elogios para Raymond Aron, un medidos intelectual francés que ahora se descubre con tanto peso como Jean Paul Sartre o para Jean Francois Revel, ambos críticos del meollo metodológico del pensamiento marxista. Omitió mencionar que ese fundamento de la izquierda clásica, está hoy sustituido por una versión light del populismo, tan ignorante de sus metas como de la propia democracia liberal y representativa. Será cierto, como dice el intelectual peruano, que a la izquierda le está ocurriendo lo mismo que a aquellas aves que describía Borges, tan desesperanzas que sólo volaban para atrás. Nunca les ocupaba saber para donde iban.