Por estos días sobrevuela una interrogante: ¿ganó Orsi o perdió Delgado?
Al presidente Lacalle Pou lo apoya, según las encuestas, más de la mitad de la población. Una muestra de las consultoras Manpower Group y Opción, publicada en Búsqueda, dice que 7 de cada 10 uruguayos con empleo se consideran “felices”; están contentos con su situación. Es extraño, ¿por qué no ganó Delgado?, entonces.
¿Será que no pudo sortear el destino inevitable del secretario de la Presidencia, según Pacheco Areco? ¡Cuidado “Pacha”!
Era el candidato de Lacalle y su más estrecho colaborador. Solo tenía que prometer y asegurar más de lo mismo, y listo.
Pero no fue lo que hicieron Delgado y su equipo. No dijo que continuarían los ministros Mieres, Da Silveira y Paganini, por ejemplo. Anticipó sí que su ministro de Economía sería Diego Labat, con papel protagónico desde el BCU en el control de la inflación, pero al que también hacen responsable del atraso cambiario.
Lo que impactó y movió el piso, sin dudas, fue la elección de la candidata a la vicepresidencia. ¿Por qué no optó por Javier García, el más votado en su partido?; no, eligió una señora de izquierda, excomunista y recién llegada. Una outsider, digamos. Tuvo un “efecto pertubador” en el PN escribí y consideré que fue “demasiado audaz la elección de Ripoll” (“Desde la platea” 6.7.24). Fue un golpe para los blancos. Muchos se sintieron heridos, segregados, relegados. Fue un error y además no sumó, como se vio. Simultáneamente fue o se usó como “despegue” hacia “un centro izquierda”. Raro, porque el votante dudoso no decide por sutilezas: si va a votar izquierda vota al Frente Amplio.
Delgado marcó su perfil y puso en duda el continuismo. Lacalle le ganó a Martínez porque se presentaba como liberal, con ideas totalmente diferentes a las de la coalición de izquierdas. El discurso de Delgado orilló por otro lado: “continuismo” pero más progresista o algo así. Todo ello tuvo un efecto contrario.
¿Por qué aquí se tiene tanto miedo a ser tachado de centro derecha o de derechista?
La puja era entre la izquierda y la derecha o entre liberales y totalitarios, como se le quiera intitular. Lacalle Pou, después, no fue tan liberal como prometía y seguramente Orsi no será tan totalitario como reclama la doctrina. Todos somos “batllistas”.
Hubo otras explicaciones, desde luego. Una fue la arremetida de Mujica, sobre la llegada y sin la elegancia que primó en la campaña: saliéndose de madre. Mujica es baqueano y pícaro. Tras criticar al presidente por una moto que se compró en US$ 50 mil “teniendo dos autos al pedo”, al mejor estilo Milei atacó a los políticos -la casta-: a los que se dedican a la política para hacer plata precisó. Fue muy explícito: “meten la mano y comen a dos carrillos”, “que se vayan a la puta que los parió”.
Mensaje directo y fácil de trasmitir. Se viralizó. Como San Bernardo convocando a los cruzados: “Dios lo quiere”. O aquello de “se acabó el recreo” que levantó tantos votos. Mujica con su resurrección debe haber cosechado muchos votantes de Salle y de Manini.
Para ganar votos a veces parece que mejor que el “dialoguismo” es mandarse una buena “puteada”, dicho metafóricamente.