Venezuela y acá

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El continente entero mira hoy a Venezuela. Allí se vota hoy en una elección que, según todos los sondeos, debería marcar el fin del proceso chavista que lleva más de 20 años. Más allá del cansancio que muchos lectores puedan sentir ante el manoseo que se suele hacer de la situación venezolana a nivel político en el resto de los países de la región, se trata de un hito que nos afecta a todos en forma particular.

Para empezar, 20 años después, nadie puede hacerse el distraído: el proceso chavista venezolano fue un desastre, una tragedia humana como se ha visto poco en el mundo en mucho tiempo. Dejando de lado las guerras, tal vez Zimbabwe o Cuba sean los únicos casos comparables de implosión económica de un país por motivos puramente de origen económico interno. Y, en los tres casos, ocurrió por aplicación de medidas económicas similares.

Ahí hay uno de las lecciones claras para el mundo de lo ocurrido en Venezuela. Y tiene que ver con el fracaso rotundo de un modelo económico socialista, que mezcla en un caldero tropical algo de Marx, algo de colectivismo, algo del discurso nacionalista propio de los 60, y mucho de mesianismo caudillista.

Con un agregado. Se hizo sobre la base de una riqueza petrolera única en el mundo. Y, de todas formas, fracasó. ¿Cómo se puede explicar que haya gente en América Latina, que siga impulsando visiones similares? La respuesta es toda suya, amigo lector.

La segunda lección tiene mucho que ver con algo que decíamos aquí mismo la semana pasada, cuando nos referíamos al caso de Artigas. Así como entonces señalábamos que la corrupción no tenía color político (generando con ello que algún fantasma de otra era saliera del sarcófago a criticarnos), Venezuela muestra que la debilidad por los uniformes a la hora de sostener el poder, tampoco lo tiene.

Como anticipó aquella emblemática foto de José Mujica vestido de soldado bolivariano, el régimen chavista se ha sostenido pura y exclusivamente todo este tiempo por el poder militar. De hecho, la gran esperanza de un cambio de sistema en el país caribeño viene de la mano de alguna negociación con la cúpula militar, que le permita mantener cierta impunidad y cuota de poder. Que Maduro, es bien sabido, es apenas una ficha descartable de ese tablero.

Pero las lecciones más interesantes, desde el punto de vista político, probablemente vengan a partir del lunes.

Todo el mundo sabe que no hay forma de que Maduro remonte este elección. Las preguntas son ¿habrá algún tipo de fraude? ¿Reconocerá Maduro su derrota? ¿Entregará el poder? ¿Usará el insólito período de 6 meses entre elección y cambio de mando para buscar algún mecanismo que lo salve?

La reacción de quienes en Uruguay, y otros países de al región, han sido socios ideológicos del chavismo ante esto, será clave para entender muchas cosas.

Todo el mundo observa con gran atención la postura del presidente de Brasil, Lula da Silva, quien parece haberle retirado su mano protectora a Maduro en las últimas semanas. Pero, ¿que sucederá en Uruguay?

Hay que recordar que si bien en el FA, Chávez generó división desde un primer momento, el sector que se impuso por amplio margen en la última interna, el MPP, ha mantenido vínculo estrecho con el chavismo.

Vínculos que van desde permanentes declaraciones de apoyo y admiración de su principal referente en materia de política exterior, el senador Caggiani. Hasta cuestiones más carnales, como negocios de varios tipos, y hasta la formación de una empresa que comisionaba para facilitar el pago de exportaciones a Venezuela en los tiempos de “vacas gordas” del chavismo. Eso, más o menos se sabe, gracias al ascendente que tenía José Mujica en el régimen bolivariano.

No vamos a profundizar ahora en las implicancias que podría tener este tipo de vínculos. Que si Uruguay tuviera un criterio de probidad administrativa similar a lo que plantea algún opositor referido a Artigas o a Astesiano, debería implicar cargos que irían de tráfico de influencias para arriba.

Pero va a ser muy ilustrativo de cara a lo que se viene en Uruguay, atender a las reacciones de algunos políticos de acuerdo a lo que suceda en Venezuela. Sin mencionar, ya que estamos, la posibilidad de que si se produce un cambio de régimen medio abrupto, pueda surgir información de nexos entre Caracas y líderes políticos de la región, que profundicen sobre algunas sospechas que siempre se han planteado, pero pocas veces confirmado con datos concretos.

Por último, hay otro peligro latente. Y es que la situación en aquel país, lejos de encausarse se agrave, generando otra ola migratoria similar a la que desparramó a 8 millones de venezolanos por el resto del continente.

Todo elementos que muestran por qué todos los ojos de la región deben estar hoy puestos en Venezuela.

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