Para mucha gente está resultando difícil entender la estrategia opositora de la izquierda que parece caer por momentos en ridículos absurdos. Sin embargo, ella existe y tiene una lógica implacable.
Todos los días surge alguna declaración o iniciativa desde el Frente Amplio (FA) con el objetivo de desacreditar las tareas o las intenciones oficialistas. Da la impresión de que no hay nadie en La huella de Seregni que ante una nueva propuesta de ataque desaforado al gobierno -por ejemplo, criticando las fechas en las que presidencia donó los pescados recibidos desde Medio Oriente-, pida la palabra y acote: “che, ¿les parece? ¿No será mucho?”.
Algunos interpretan estos movimientos como una consecuencia de la transición de liderazgos en el FA. En efecto, todo aquel que quiera ganar protagonismo pensando en 2024 siente que tiene que decir algo. Y como antes que nada lo que se precisa es el apoyo de la barra militante y compañera, que es la que decide sobre los destinos electorales, la lógica del sistema hace pues que siempre aparezca alguno más papista que el papa. Eso explicaría que dirigentes considerados moderados como Olmos, por ejemplo, terminen obsesionados por las dimensiones, objetivos, contenidos y prácticas habituales que caracterizan a una valija diplomática: sienten así que encarnan el auténtico sentir democrático frenteamplista.
Sin embargo, todo aquel que haya prestado atención a la estrategia izquierdista más común entre nosotros, aquella que hizo eclosión sobre todo en los años sesenta pero que también nutrió al FA en los ochenta y noventa, sabe que todos estos movimientos van más allá de una cuestión de posicionamientos internos.
Se trata, en efecto, de aplicar una táctica de desgaste permanente y constante, que no de respiro ni a la opinión ni al gobierno, y que por sedimentación vaya acumulando capas de desconfianzas, descreimientos y resquemores con relación a la acción gubernativa. Por un lado, estos golpes permanentes refuerzan el sentido de pertenencia de los militantes y simpatizantes izquierdistas: su sentir identitario ilumina así sus viejos prejuicios, y quedan felices y satisfechos al ratificar su firme convicción de que luchan contra un gobierno vendepatria, corrupto y neoliberal. Y no son pocos: seguramente no menos de un tercio del total del electorado.
Por otro lado, como es imposible contradecir con el mismo énfasis todas las fuertes declaraciones izquierdistas que apuntan a que vivimos en un narco-Estado gobernado por una mafia corrupta que hace peligrar la institucionalidad democrática -porque, efectivamente, eso afirman-, hay una parte de la opinión, menos informada y politizada, que seguramente termine creyendo al menos algunas de esas mentiras que sin parar lanza la zurda metralleta orwelliana.
De hecho, algunas encuestas ya lo señalan: el FA hoy está mejor en intención de voto que hace cinco años; y la evaluación del presidente sigue siendo positiva, pero menos que antes. Se va cumpliendo así el objetivo de horadar sin pausa el fuerte apoyo de la opinión al gobierno. La izquierda hace como canta Serrat, que tanto le gusta: todo pasa y todo queda / pero lo nuestro es pasar/ pasar haciendo caminos / caminos sobre la mar / Golpe a golpe / verso a verso.