El reciente episodio político-mediático en el que se vio envuelta la primer ministro de Finlandia, Sanna Marin, disparó comentarios y reflexiones de todo tipo.
Y demostró lo obvio, las personas públicas son personas, y por tanto tienen vida, y por ende, las mismas tienen claroscuros. Como nos pasa a todos.
Más allá de la cholulez y el ruido natural que rodea a un hecho político de estas características, el análisis del mismo resulta muy oportuno porque pone en el centro del debate la valoración que las sociedades hacen de un derecho fundamental, como es el derecho a la intimidad, muchas veces minimizado injustamente en el caso de algunas personas.
Esto es en el caso de quienes por desarrollar una actividad o responsabilidad de carácter masivo, o publico, tienen un alto nivel de exposición.
Lo constatamos permanentemente en el tiempo que la prensa de todo tipo dedica a los pormenores de la vida de estrellas y estrellitas, algunas de ellas muy fugaces, tanto del firmamento internacional, como rioplatense, o local.
Si los medios se ocupan, es porque hay consumo, me dirán, pues bien, ahí radica el meollo del asunto. ¿Por qué se consume? ¿Por qué vende?
En un ejercicio de autoanálisis deberíamos primero intentar investigar esto, para ver lo embromados que estamos en este mundo de consumo desenfrenado de lo que sea.
Está claro que la vida íntima de Piñón Fijo verdaderamente importa poco para el funcionamiento de una sociedad, pero sí la vida privada de quienes la dirigen. Pero esto no es fundamento ni base para que nadie se entrometa en ella. Lo que importa de la vida privada de quienes conducen a una sociedad, es precisamente eso, que siga siendo privada. Que se mantenga, cuide, y respete su intimidad, con más esfuerzo.
Porque quienes se brindan a la desgastante tarea de gobernar, merecen, por lo menos, que se les respete un espacio vital de seguridad emocional a ellos y a sus familias.
Casi todas las legislaciones nacionales o internacionales recogen en algún punto el derecho a la intimidad de los individuos, como fundamental en cuanto a su vinculación con la dignidad de la persona, pero también, porque la misma suele abarcar a más de un individuo. Es decir al entorno.
Es lógico que algunos aspectos básicos de la vida privada de los hombres públicos sean conocidos. Pero no todo vale. La respuesta de Sanna Marin, reconociendo que estaba de fiesta con sus amigos, fue contundente.
El contenido de la misma, su cara, sus gestos, dejaron en claro que hay límites que no se cruzan. Límites que nadie tiene derecho a traspasar. Y que los mismos deben ser defendidos razonablemente y con firmeza.
A Uruguay esto no le resulta extraño. Nuestra cultura política naturalmente ha aceptado que la vida privada de artistas, escritores, deportistas, políticos, etcétera, es precisamente eso, privada.
Por eso, muchos famosos del mundo eligen Uruguay para refugiarse del asedio permanente. Debemos conservar esta buena costumbre, no para resguardar a nadie, sino para resguardarnos a nosotros mismos como sociedad.
Para ser mejores que otros, que hacen de lo privado un arma cobarde, o devaluada moneda de cambio.