Vigilia

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El país se encuentra en una especie de estado de vigilia. Después de haber estado distraído respecto a las elecciones sobre la hora ha hecho lugar a un cierto suspenso. ¿Orsi o Delgado?

En el Uruguay moderno, el que fue matrizado por el batllismo, se consolidó un sentido común colectivo muy duradero y preponderante en el imaginario nacional: se puede describir como la aspiración de ser una nación al pairo. Primó una decisión y una voluntad política de considerar que lo ideal para el Uruguay, su mejor destino, era mantenerse al pairo. Este término náutico puede ser desconcertante; nunca se ha utilizado en el análisis histórico-político pero me parece extraordinariamente esclarecedor. Según el diccionario “se dice en el mar que un buque está al pairo cuando, sin perder su gobierno, se mantiene en una posición determinada pero sin usar máquinas o desplegar velas”. Naturalmente la nave solo puede mantenerse al pairo en una ensenada o en una bahía muy protegida.

Nuestro país construyó un imaginario de sí mismo en estos términos: durante mucho tiempo estuvo convencido que ese era su mejor destino posible. Una geografía suave, un clima manso, una población homogénea, un estado protector y un gobierno paternalista. Fue el imaginario batllista -noventa años de gobierno- que luego de su ocaso (la entropía es una ley de la física y también de la política) cayó en manos del Frente Amplio. La izquierda, imposibilitada después del derrumbe del muro de Berlín de sostener ninguno de sus postulados ideológicos clásicos, encontró una ubicación en Uruguay como sucedáneo de la vieja ilusión agostada y se ofreció como refugio de los angustiados por esa pérdida. El Frente Amplio crece en un Uruguay desorientado por el desvanecimiento de las cómodas certezas que le daba el batllismo, encaja con éxito en ese hueco y se convierte en hogar-asilo del viejo imaginario.

Pero ese imaginario preponderante en nuestra historia (nuestra longue durée, como diría Fernand Braudel), no ha sido el único. También desde muy atrás, desde nuestros comienzos históricos, se registra y vive y pelea un imaginario y un relato de libertad, de salir al descampado, de no buscar el refugio de la ensenada sino de animarse al mar abierto y desplegar allí las velas. Es el imaginario blanco, la tradición nacionalista, encarnada en mil gestas tozudas a lo Leandro Gómez y puesta por escrito en innumerables libros por Luis Alberto de Herrera. País pequeño, vulnerable, preparado para dormir con la rienda enrollada en la muñeca, corajudo y generoso en sus sueños. Esta ha sido la dialéc-tica fundamental de toda la vida en nuestro país: los dos llamados que resuenan siempre.

Hoy estamos ante una disyuntiva de esas; nos quieren tranquilizar, han contratado a un economista serio para que se vista de Papa Noel y nos diga que echar para atrás la reforma de la seguridad social está mal pero no es el fin del mundo, que con un gran acuerdo nacional se multiplicarán los panes y los peces… Y hay promesa de que volverá el estado protector, y que se podrá reducir la jornada de ocho horas, que no hay que mirar con tanta severidad al régimen de Venezuela y que Orsi sabe lo que hay que hacer (porque lo aprendió en una vida entera sentado en el despacho municipal de Canelones). Otra vez el atractivo de volver a un país al pairo. Hay mucho en juego el último domingo de noviembre: dos imaginarios, dos sueños de país, dos disposiciones de ánimo para construir nuestro futuro. ¡Vamos a animarnos a soñar un país de velas desplegadas, de viento en la cara, de libertad responsable! ¡Votemos por eso!

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