Violencia y lo que hay de fondo. Por Martín Aguirre

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El tema de la inseguridad se ha puesto a la cabeza de las preocupaciones de la gente. Y, por lo tanto, ha tomado un lugar central en la campaña. Claro que, como es demasiado habitual últimamente, los planteos son simplones, básicos, cuando no rastreros. Y se ofrecen soluciones amables al oído para un problema que es profundo y que requiere políticas tan impopulares como de largo plazo.

Mientras le dábamos vuelta en la cabeza al tema, tuvimos una epifanía. Fue al escuchar una entrevista en canal 10 a la madre de un chico que asesinó a otro en Barros Blancos. La transcripción textual de la declaración de la señora permite tener una mirada clara de la profundidad del problema.

-Estaban Lucas, Rodrigo y Franco. Estaban en una esquina.

-¿Quién es Lucas?

-Mi hijo de 17 años.

-Ok.

-No sé qué estaban haciendo, estaban parados en una esquina. Y supuestamente venía Raúl con tres más. Y ellos pasaron y dijeron, ¿qué pasa? Y dice, ¿qué pasa, qué? Le gritó Franco. Ahí se dio vuelta Raúl y le pegó una trompada al muchacho que mataron. Le pegó una trompada que le hundió los braquets para adentro y fueron a agarrar unos fierros, y se empezaron a dar. Ahí Lucas fue hasta mi casa, llamó a Brian y Brian se levantó, estaba jugando al free fight. Ahí salió Brian y subió para arriba y Raúl, estaba en el cumpleaños, salió y le sacó una arma blanca y Brian le dijo, ¿a vos te gusta? A mí también, mirá lo que tengo pa’ vos y le disparó. Porque Raúl y Brian eran re amigos de la infancia y cuando él cayó preso se quedó con Keila, con la mujer de él. Ya estaban separados, pero él como dice, si es mi amigo eso no se hace. Y después él se enteró de que Raúl le pegaba a los hijos. Ahora mi hijo va a pagar, porque mató a un chiquilín que no se merecía que lo maten”.

Transcribir así estas palabras se presta para que algún salame, de esos que no faltan, lo tome para la chacota. Otros, casi tan chacinados, hablarán de estigmatización. Pero leer ese testimonio en crudo, por momentos desgarrador, por momentos una banalización de la violencia asombrosa, ilustra a la perfección que estamos ante un problema cultural muy de fondo.

O sea, acá hay un chico de 17 años, que por lo visto ya estuvo preso, que le pega un balazo a otro, con quien es amigo de la infancia. Por una pelea estúpida en una esquina, por un problema de sentido de propiedad sobre una mujer, por lo que sea.

Pero lo que queda en claro es el nivel de descomposición social que se vive en algunas zonas del país, donde la vida vale tan poco, donde los jóvenes pasan en una esquina haciendo nada, donde no hay expectativas, esperanzas, ambiciones de superación, nada.

Podemos pasar semanas hablando de narcotráfico, de bandas, de medio punto de crecimiento de la desigualdad o mejora de ingresos en el quintil tal o cual. Pero el problema es otro.

Nuestro drama es que tenemos a un porcentaje importante de la sociedad viviendo en condiciones lamentables por cuatro, cinco o seis generaciones. Y esa población es la que tiene un crecimiento demográfico mayor, por lo cual cada año el problema se vuelve proporcionalmente más significativo.

¿Cómo se arregla esto? Bueno, hay dirigentes políticos que te dicen que es un tema de plata. Y así, sobre todo en los gobiernos del Frente Amplio, se arrojó dinero al problema sin mayor contralor, lo cual permitió algunos datos estadísticos positivos por un tiempo. Sobre todo, hasta que vino la pandemia. Pero el problema no se arregló ni de cerca.

Del otro lado, hay quien reclama “mano dura”. Y así aumentamos las penas, la rigurosidad judicial, y la población carcelaria en 4 mil o 5 mil personas. Pero el problema sigue creciendo.

Lo que tenemos entre manos es una crisis cultural. Que está detrás tanto de la violencia criminal que vemos todos los días, como de la cantidad de gente que vive en la calle, como de los insultos racistas en un partido de básquetbol, y tantas cosas más.

Es probable que enfrentar esta crisis requiera aportar más dinero a la gente más necesitada. Es posible que por un tiempo haya que poner mano dura e imponer la autoridad estatal, para lo cual no habrá más remedio que invertir en más cárceles, ya que las condiciones medievales que tenemos hoy, solo agravan el problema, y nos envilecen como sociedad. Pero el tema de fondo es educativo. Es obvio que algo hay que cambiar de fondo allí si queremos dar a estas nuevas generaciones que nacen en contextos terribles, herramientas, valores, y condiciones para integrarse a la sociedad formal. Y que recuperen la esperanza de que el sacrificio de formarse y trabajar redundan en mejor calidad de vida.

Pero estos cambios de fondo parecen imposibles ante un sistema político empatado en dos bloques agrios. Que no se puede poner de acuerdo ni en cerrar el pórtland de Ancap, aunque lleve 20 años perdiendo cientos de millones. Y que apenas se toca algo en la educación, medio país apoya en bloque a los gremios que quieren que siga todo igual. Un nudo gordiano que ningún político en esta campaña plantea cómo romper. Tal vez por eso, la gente la ve tan de afuera.

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