A partir de la reforma de 1996, el sistema de elección interna de candidato único derogó el sistema de doble voto simultáneo, que habilitaba más de un candidato por partido, con lo cual cada sector marcaba sus votos directamente en los comicios nacionales.
En el régimen derogado no había segunda vuelta que, al imponer una opción binaria, embretara el pronunciamiento en un embudo excluyente que borra matices y homogeneiza discrepancias. En aquel sistema, las afinidades selectivas se patentizaban no solo en las listas al Parlamento, como sigue ocurriendo ahora, sino en la elección de la figura dominante que iba a consagrarse como Presidente temporal de la República perenne.
La crítica interna de los partidos resonaba en la plaza pública, generando polémicas nítidas, sin necesidad de que una ley impusiera la obligatoriedad de un debate. A la vida pública la enriquecía la espontaneidad de los convencidos, cuya vida era un predicar que se cumplía en medios de difusión, en la mesa del café y hasta entrecasa, porque el pacto de libertad consistía en hablar claro y fuerte, y no en callar la opinión y rumiarla sin franqueza.
Pero no es cosa de extrañar porque “a nuestro parecer, cualquiera tiempo pasado fue mejor”, como enseñó Manrique, sino de rescatar para el mañana la capacidad de interrogación, de crítica, de alerta del pensar que nos permitió edificar un país que logró, a la vez, garantizar la iniciativa individual y la empresa privada, abrir la educación al ascenso personal, liderar en seguridad social y legislar por clamor de justicia y no de guerra de clases.
El mundo ha vivido hecatombes con experiencias extremistas, que van desde el materialismo histórico que descree de los ideales y cultiva la oposición de intereses y el odio de clases hasta el economicismo materialista que, en nombre de la libertad de comercio, pone a gobernar un Estado en manos de quien declara que su propósito es demolerlo y se hace llamar libertario mientras insulta soezmente a todos los discrepantes y cierra sus discursos con un “¡Viva la libertad, carajo” que en puridad semántica es una invocación fálica.
En estas décadas se han montado gobiernos ladrones como el de los Kirchner, desnudado por la sentencia lapidaria que confirmó las condenas a la mafia que lideró Cristina, totalitarismos desalmados como los de la Unión Soviética, Cuba, Venezuela y Nicaragua, y dictaduras ensangrentadas como las que nos torcieron el destino nacional y regional en los años 70 y 80.
En el camino, se han sembrado burdos buscapiés ideológicos, como el relativismo, la doctrina de género y otras modas que mañana pasarán, pero hoy vaya si se usan para instalar cucos mentales que paralizan el pensar.
En medio de un mundo necesitado de pensar con densidad y luz a la vez, en nueve días iremos a las urnas. En la opción, todos los matices salvados, votaré Delgado - Ripoll, porque prefiero la libertad responsable al encierro sanitario propuesto por sus adversarios, prefiero a los que hicieron gananciosas a las empresas públicas que sus oponentes fundieron, prefiero a los que no admiran ni defienden totalitarismos ni dictaduras. Para el diálogo abierto que precisa el país, tienen principios y cabeza abierta.
Y en los principios y la apertura de las cabezas finca nuestra mejor esperanza.