En todo el territorio los uruguayos se están movilizando hoy para emitir su voto. Esta suele ser una jornada de celebración cívica, el día en que el soberano se pronuncia y decide quiénes habrán de representarlo en el Parlamento y quién será el presidente por los próximos cinco años.
Es el acto más visible de una democracia, pero no es lo único que la define. Y si bien siempre fue un hecho fundamental, ahora importa más que nunca, porque la democracia en el mundo no está pasando su mejor momento. No es el caso de Uruguay, afortunadamente. Pero eso no quita que el fenómeno populista y autocrático se esté consolidando en el mundo y que sea necesario resguardarse de él.
El problema es que los regímenes autocráticos y populistas nacen, sí, de elecciones limpias pero luego hacen un lento proceso por el cual van hora- dando las instituciones y reduciendo derechos y libertades.
Por eso importa tener claro que ese derecho fundamental que hoy ejercen los uruguayos debe mantenerse intocado en el tiempo. Es que la democracia es votar a quienes queremos que nos gobiernen y además aceptar que ese gobierno, elegido en libertad, será cuidadosamente controlado por órganos independientes para evitar toda acumulación de poder y garantizar que, junto con el voto, sea posible también ejercer otros derechos y libertades.
Esta es la novena elección consecutiva realiza- da desde el retorno democrático en 1984, hace ya 40 años.
Hubo nueve elecciones realizadas en tiempo y forma, en las fechas previstas, tras períodos de gobierno debidamente concluidos y llevados a cabo sin sobresaltos. La estabilidad institucional soportó incluso una tormenta dramática como la crisis económica de 2002, una de las peores que se recuerdan en la historia del país.
Esa continuidad democrática, con alternancia de partidos en el gobierno y con cambios en las formas de hacer política y de renovar liderazgos sin alterar las reglas de juego, explica por qué nuestro país figura entre las escasas 24 democracias plenas que existen en el mundo, según el Índice anual realizado por la revista The Economist. Está en el puesto 14, que equivale al segundo en las Américas (solo Canadá está adelante en el lugar numero 13) y seguido por Costa Rica, siendo los únicos dos de América Latina reconocidos como democracias plenas.
Lograr eso es todo un mérito. Por cierto, la conducta de los políticos y el rol de los partidos son parte de ello. Es fácil enojarse con ellos y pasarles todas las cuentas. A veces hay buenas razones para hacerlo. Pero en la medida que tienen claro que en este juego hay reglas que deben ser acatadas, la democracia se consolida.
Su respeto a la libertad de prensa, de expresión y de opinión ayuda a sostener uno de los pilares esenciales del Estado de Derecho. Implica aceptar que la población acceda a toda la información disponible, incluso aquella que no los deja bien parados y aceptar cualquier tipo de opinión y en especial la que les es muy crítica. También hay que reconocer el rol de la ciudadanía. Ha entendido y acepta cómo funciona esto y cuáles son sus beneficios. Esa actitud es fundamental, en parte porque si bien los beneficios son enormes, se tiende a darlos por sentados y a veces hay gente dispuesta a sacrificarlos a cambio de medidas presuntamente eficientes, que resuelvan los problemas de manera rápida, aunque con el tiempo quede en evidencia que no fueron tan buenas.
Es hoy, pues, un día que merece un tiempo para la reflexión, para valorar las ventajas de vivir en una democracia que se viene sosteniendo en el tiempo, pero que debe ser cuidada día a día. Tantas otras han tropezado y caído en forma rápida e inesperada.
La libertad, el respeto a nuestros derechos, la noción de tolerar a los que piensan diferente y reconocer su derecho a actuar, la capacidad de procesar en armonía las discrepancias, aun las más profundas, el espacio para que cada ciudadano desarrolle sus sueños más queridos: trabajo, una carrera, la familia, poder educarse y educar a los suyos, elegir una profesión u oficio de acuerdo a sus talentos y vocación, emprender actividades que sean redituables y den satisfacción, desarrollar capacidades artísticas, también en libertad.
En este contexto, votar exige responsabilidad. Se vota a quienes se considera que serán los más fieles representantes según entienda el votante, a quienes expresan con más firmeza sus intereses, a quienes se supone que harán mejor la tarea durante cinco años y están preparados a sortear, con aplomo y serenidad las posibles tormentas que aparezcan sin aviso.
Durante mucho tiempo, al salir rumbo al lugar de votación con la credencial en el bolsillo y las listas ya prontas, no faltaba quien saludara con una tradicional consigna: “vote bien vecino”.
Vaya uno a saber qué se quería decir con ese “vote bien”. Pero sea lo que sea, hoy sin duda, habrá que votar bien