¿Vuelve Trump?

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Según trascendió el pasado martes, el precandidato republicano Ron DeSantis se rindió frente a Donald Trump y se retira de las primarias republicanas. El gobernador de Florida fracasó en su intento de enfrentar al expresidente en Iowa y sus perspectivas en New Hampshire eran pésimas. Ahora pide el voto para Trump. Es decir que su posible caudal de votos aumentará las chances de que el expresidente conquiste la nominación del Partido Republicano para competir en las elecciones generales de noviembre. Nikki Haley, la candidata adversaria que todavía enfrenta a Trump, se juega en New Hampshire la última oportunidad de frenarlo. Haley cuestiona la capacidad mental del expresidente porque la confundió con Nancy Pelosi, expresidenta de la Cámara de Representantes. Sin embargo, tras la retirada de DeSantis, cunde la sensación de que la nominación de Trump es imparable. Y esa es una pésima noticia para la democracia.

Bueno es recordar que Donald Trump enfrenta en este momento no solo los juicios en Nueva York, en los que testificará ante un jurado de nueve personas, elegido este martes, en su caso de difamación contra la escritora E. Jean Carroll. El proceso ya empezó en Nueva York, y en este la denunciante tomará también la palabra. Además, Trump está acusado en otras cuatro causas penales: dos, por tratar de revertir el resultado de las elecciones de 2020, en las que perdió contra el actual presidente, Joe Biden; una, por llevarse documentos clasificados de la Casa Blanca a su residencia de Florida; y una más, relacionada con los pagos a la actriz porno Stormy Daniels para ocultar un encuentro sexual. No obstante, nada de eso parece importarles a sus votantes.

En abril de 2023, la declaración de Donald Trump ante la corte en Nueva York generó gran expectativa, porque fue la primera imputación penal a un expresidente de Estados Unidos. En medio de la audiencia, Trump se declaró “no culpable” de los 34 cargos que le atribuyó la Justicia de Manhattan, por “falsificación de registros comerciales en primer grado”, debido al pago de dinero en tres ocasiones para encubrir información. Pero todo eso solo logra darle más popularidad, porque su figura está en las noticias y él contrarresta sus contenidos con tempestades de tuits a sus simpatizantes. Ese manejo de las redes como un campo fértil que el mandatario encontró para convencer a sus seguidores de ingresar en ese mágico mundo de la posverdad y los hechos alternativos creó una masa crítica de votantes que lo convirtieron, en la elección de 2015, en el segundo candidato más votado de la historia de los Estados Unidos, después de Joe Biden. ¿Eso legitima su postura? Por supuesto que no: Adolf Hitler también fue votado por el pueblo alemán y así le fue.

Desde el 6 de enero de 2021, el mundo terminó de comprender lo que significaba Donald Trump no solo para su país sino con respecto al mundo en general. Entonces, el presidente se mostró de manera nítida y escandalosa en su rol de patético émulo de uno de los villanos de las series de Marvel, aquel inolvidable Joker que encarnó Jack Nicholson en el Batman dirigido por Tim Burton. La crítica fue unánime para condenar su temerario discurso de incitación a la violencia y X, Facebook y otras plataformas le suspendieron la cuenta de manera indefinida. El vicepresidente Mike Pence, que lo toleró sumiso durante cuatro años, decidió por fin soltarle la mano y no impedir que el Congreso votase el reconocimiento del triunfo de Biden.

Ver en la asonada del Congreso a un eufórico salvaje con sombrero de cuernos o a otro apoltronado en el escritorio de Nancy Pelosi tomándose selfies, remitió a una barbarie que igualó a Estados Unidos, con esas repúblicas bananeras que en otros tiempos solía invadir o digitarles revueltas para colocar gobiernos amigos. En aquel momento, Nancy Pelosi hizo bien en solicitarles a los militares que le quitaran a Trump el acceso a los códigos de las armas atómicas. No olvidaba que era alguien que había propuesto bombardear huracanes para que se disolvieran antes de llegar a tierra.

Con la actitud de un tirano populista y vesánico -es decir enajenado, violento, furioso y loco-, Donald Trump gastó sus últimos cartuchos en la imposible asonada en el Congreso, llevada adelante por un piquete de fanáticos digno del film Mad Max, siguiendo con las comparaciones de la pantalla. Esto es inevitable, ya que ha sido el cine el que se ha aproximado más a lo que el personaje ha representado en su peculiar universo demente, tolerado por el Partido Republicano, indudable cómplice y sostenedor de su política y sus tortuosos caprichos.

Una de sus grandes mentiras, la del fraude masivo e inexplicable que denunció Trump inclusive antes de que se realizaran las elecciones, dejó al descubierto su delirio. La falta de pruebas que demostraran ese fraude, a él nunca le importaron porque vive en la dimensión de los “hechos alternativos”, la nueva lógica que ha aplicado en todo su mandato para que la realidad coincida con lo que piensa.

La era Trump se caracterizó por la creación, por parte de este, de una telaraña de mentiras y dislates sostenida, en su mayoría, por su enfermiza compulsión a tuitear lo primero que le viene a la mente. El resto lo hizo ese pensamiento acrítico y superficial, conducido por el odio o una idea de infabilidad casi divina, que convierte a parte de las redes sociales en un sumidero de ignorancia y violencia latente, en apoyo de farsantes.

Las últimas noticias con respecto a las primarias de Estados Unidos no pueden causar otra cosa que inquietud, porque el monstruo regresa, inmune a todo y a todos. A poco de pensarlo, no se ve al posible contrincante demócrata, el presidente Joe Biden, que tendrá 84 años si es nominado y luego reelecto, un hombre mayor que Trump, que tendrá 78, evidentemente desgastado por el ejercicio del gobierno en condiciones internacionales críticas: guerra de Ucrania, crisis económica global y ahora el conflicto entre el Estado de Israel y el grupo terrorista Hamás. La elección podría ser la disputa entre dos ancianos.

¿Vuelve Trump? Todo indicaría que tiene grandes chances de lograrlo. Como digo más arriba, una amenaza para la democracia y una incógnita para un mundo que se ha quedado sin líderes confiables y capaces de encausar la convivencia, en un contexto cada vez más conflictivo.

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