El pasado 28 de abril, se cumplieron 26 años de la muerte de Raúl Sendic Antonaccio, fundador y líder máximo del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros.
El pasado 28 de abril, se cumplieron 26 años de la muerte de Raúl Sendic Antonaccio, fundador y líder máximo del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros.
Muchos ciudadanos recordaron su vida y su trayectoria. Dos días después, el 30 de abril, se conmemoró el Día del Trabajador Rural -el viejo peón rural adaptado a la modernidad- y muchos ciudadanos reclamaron que a este día bien podía agregársele el nombre de Pascasio Báez. ¿Qué hay en común entre estas dos fechas y estos dos nombres? Que los Tupamaros, surgidos para impulsar una revolución socialista estilo Cuba y terminar con la explotación del hombre por el hombre, asesinaron, sin más trámite, a Pascasio Báez, un indefenso peón rural, allá por 1971, cuando sus operativos se encontraban en pleno apogeo.
No es que se pretenda volver y machacar sobre el pasado, pero tampoco callarse la boca cuando se reiteran invariables homenajes a la figura del fundador del MLN y se deja en el olvido el camino regado de sangre (y muchas cosas más) que dejó la aventura tupamara. Que a la hora de escribir la historia, la única voz que se escuche no sea de los que ambicionaron voltear las instituciones democráticas que ayer y hoy los cobijan. Y fueron responsables directos de abrir las puertas para el golpe de Estado y el advenimiento de la dictadura, cuyas consecuencias llegan hasta nuestros días. Que quede claro que los militares fueron movilizados y salieron de sus cuarteles por disposición de un Parlamento democrático, para pelear contra el terror de la guerrilla. La derrotaron en pocos meses. El problema fue después: con los tupamaros encarcelados (en 1972), no volvieron a los cuarteles y se alzaron contra las Instituciones (en 1973).
Hace algunos años, sobre la base de “Historias Tupamaras”, el libro que escribió ese excelente periodista que es Leonardo Haberkorn y de “El color que el infierno me escondiera” (1981) de Carlos Martínez Moreno (abogado y escritor, defensor de presos políticos hasta 1977 cuando debió exiliarse en México, un hombre justo y respetado), escribimos sobre Pascasio Báez Mena y su muerte. Hoy vamos a volver sobre ello: la historia del MLN como nos la presentan hoy, sesgada y tergiversada, las dos fechas y los dos nombres, nos llevan a recordar.
Pascasio Báez era un peón rural, de 46 años, casado y con hijos, que siempre había vivido en el campo, preferentemente por la zona de Pan de Azúcar. Votaba a los blancos pero nunca había militado en política. Se ganaba la vida con changas: trabajos de construcción, de alambrado, de lo que saliera. Ese día había salido a buscar un caballo perdido de un vecino. Era a fines de diciembre de 1971. Había democracia, había parlamento, había tupamaros.
En su búsqueda llegó hasta la cabaña “Espartaco” ubicada en ruta 9 a unos 10 kilómetros de Pan de Azúcar y se topó con un hombre que salía de una tatucera. Aquella era la “Caraguatá”, tal vez la más importante del MLN para extender su radio de operaciones al interior del país. Báez fue detenido y su destino final comenzó a jugarse. Esas instalaciones valían mucho para los tupas y las alternativas que se manejaron fueron tres: detenerlo indefinidamente; llevarlo al exterior; ejecutarlo.
La decisión fue esta: la muerte. A fines de 1971 la dirección del MLN estaba integrada por Mauricio Rosencof, Henry Engler, Wasem Alaniz, Donato Marrero y Píriz Budes. El ejecutor, Ismael Bassini, quien le dio la inyección letal de pentotal a Báez Mena.
Sin dar nombres, Martínez Moreno cuenta en “El color…” un diálogo (¿imaginario?) entre los asesinos. Tras reconocer que “matamos a alguien porque renunciamos, sin haber hecho muchos esfuerzos, a nuestra posibilidad de convencerlo”, hay quien duda y es apabullado por la lógica terrorista:
-“Pero, ¿y si de veras es un peón? ¿Y si de veras es inocente?
-Mala suerte. Esas cosas pasan. No vamos a arriesgarlo todo por la compasión…
-¿En qué clase de guerra estamos?
-Este tipo quema. Este tipo es dos ojos y una lengua (…) Dejarlo suelto obligaría a abandonar la tatucera y perder su costo, abandonar Espartaco y todo lo hecho allí; arriesgar la suerte de muchos compañeros”.
Así encontró la muerte Pascasio Báez. Asesinado, con premeditación y alevosía, bajo el justo manto del eufemismo “ejecutado”, por el grave delito de encontrarse con un señor terrorista que salía de una tatucera en medio del campo, para mayor gloria de los santos tupamaros. Porque el valor de una tatucera era superior a la vida de un humilde peón rural.
No creemos que quienes impulsan el homenaje del nombre “Pascasio Báez” al Día del Trabajador Rural, tengan suerte. Apenas una calle perdida de Montevideo lo recuerda, luego el silencio. Quienes se alzaron contra las instituciones y lo mataron, tienen monumentos, plazas, placas y calles que los evo- can (?). El trabajador rural, víctima de esa demencia mesiánica, nada. Hay muchas maneras de hacer historia, pero no tantas como para deshacerla.