Al escribir estas líneas en Argentina se anuncia una manifestación masiva que invadiría la ciudad de Buenos Aires a lo que el gobierno presidido por Javier Milei, se opone.
Cuando a mediados de los 40 del siglo pasado el entonces coronel Juan Domingo Perón ascendía en su carrera cívica, se editó “La conducción política” unas “clases” que había dado a dirigentes sindicales. Decía allí que cuando el peronismo iniciaba su consolidación la calle era de los comunistas, los socialistas y los anarquistas. Entonces -relataba- él llamo a los carpinteros y les dijo que hicieran palos, luego les dieron los palos a “los muchachos” de otras actividades laborales y les dijeron que salieran a la calle. Concluía Perón: “desde entonces la calle fue nuestra”. Quienes viajan a Buenos Aires advierten cómo la idea de la calle como expresión de poder se traduce en que siempre hay gente ocupando las arterias urbanas impidiendo la libre movilidad de los demás. El derecho del individuo a transitar libremente de un lado a otro estaba consagrado en la Carta Magna arrancada por los señores feudales al rey Juan Sin Tierra, en 1215, en Inglaterra.
En nuestro país, la abundancia de politólogos y comunicadores suele regirse por una actitud crítica “asexuada” que lleva a creer que todas las expresiones de ideas son iguales. Cuando se mira la posición que los distintos actores políticos y gremiales tienen respecto de lo que pasa en el exterior, sus reales sentimientos quedan al desnudo más allá de las caretas que luzcan por casa. Somos parte de quienes creen -a partir de una idea liberal- que las relaciones internacionales en el campo económico deben regirse por el interés nacional del país sin ideologías, salvo situaciones de inaceptabilidad extrema. En lo político -no obstante-, fieles a la piedra fundamental artiguista, nuestro corazón late al ritmo de las democracias, asentadas en el respeto de los derechos humanos y las instituciones libres.
El mundo actual se divide perceptiblemente entre Occidente con Estados Unidos, los países europeos y los estados republicanos como el nuestro por un lado y, una entente informal encabezada por China, Rusia, Irán y proyecciones estratégicas como las tiranías de Cuba, Nicaragua, Venezuela y afines, por otro. El actual peronismo devenido en kirchnerismo es parte de esta familia de “izquierda” tan reaccionaria como retrógrada. Sus principales expresiones como el Foro de San Pablo y el Grupo de Puebla cuentan con la adhesión militante del Frente Amplio uruguayo.
La “izquierda” frentista ha considerado que el presidente argentino Alberto Fernández “es un clase A” como expresase el precandidato tupamaro Yamandú Orsi. Y, para el “Pepe” Mujica, hay que alentar al pueblo argentino a salir a la calle, con desprecio del mandato de las urnas. Ignorando ambos el daño fenomenal que nos ha hecho el desastre económico y social del kirchnerismo merced a la pulverización del peso argentino. Al mismo tiempo la precandidata “bicisenda” Carolina Cosse sostenida por el partido comunista respalda un plebiscito de sus camaradas que apunta a destruir el sistema jubilatorio, y robarle los fondos de pensión a cientos de miles de uruguayos que tienen ahorros en ellos (como se hizo en Argentina y Bolivia). Los hechos dicen son familia populista latinoamericana químicamente pura.