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Abulia y ambición primaria

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Goy Viera Silva | Montevideo
@|Esos son los “atributos” principales de los mal llamados “políticos” en este presunto “país” llamado Uruguay.

Esa condición de nuestros “dirigentes” los mantiene a ellos y todos los ciudadanos haciendo la plancha en el limbo histórico de la inoperancia impensadamente autoflagelante, inhibitoria de toda disrupción positiva probable.

Pasaron casi dos meses de las elecciones nacionales y seguimos presenciando la aparición mediática, en ambas tiendas, de presuntas tesis “sesudas” y/o tendenciosas explicativas del resultado comicial.

Algunas de esas teorías son simples devaneos, otras son meros intentos intelectualoides narcisistas y la mayoría son odas impregnadas de una retórica romántica ingenua que acaban siendo un compendio elegíaco de panegirización a una democracia moribunda.

Pero dichas explicaciones tienen todas el clásico denominador común a todos nuestros “políticos” y ciudadanos: falta de pragmatismo patriótico. Lo que significa desconocer –no digamos ya sentido propio- el más elemental sentido común, el cual es suplantado por “lo correctamente político” en algunos casos y por la ignorancia y adoctrinamiento espurio en el resto.

El basamento del comunismo siempre tuvo pies de barro y por eso cayó en casi todo el planeta y está a punto de desaparecer; menos en Uruguay, donde los partidos tradicionales se ocuparon inopinadamente de cimentarlo.

Las causas de la consecuencia electoral de noviembre se objetivan por sí mismas no dando lugar a elucubraciones.

Son tres los motivos, igualmente importantes y determinantes:

El primero, es la falta de coraje y autoridad del gobierno saliente para encarar el delito y el problema carcelario; ambos conjugados con un insólito espíritu de imitación de la ideología comunista en todos los ámbitos de gestión oficial. Se usó a la libertad más como un arma demagógica pro votos que como institución. Se prescindió de la legal y necesaria actuación de las Fuerzas Armadas optándose por la auto letal emulación al Fapit, que produjo la caricaturización de las más caras tradiciones de blancos y colorados. Ese tímido remedo culminó en el gobierno actual, pero fue una insospechada palanca durante los tres lustros del Fapit ya que hizo posible la homologación de José Mujica en el espectro “político”: un sujeto que pasó su vida haciendo y diciendo imbecilidades y perogrullos. En sus discursos nunca pudo salir del auto embretamiento dialéctico ocasionado por lugares comunes y la ignorancia fanática. Sin embargo, fue convalidado porque era dueño de los votos resentidos, o sea, la cimentación proporcionada por blancos y colorados. Y si estos partidos siguen copiando a la izquierda, terminarán desapareciendo.

El segundo motivo está documentado en las filmaciones televisivas de los festejos del día la elección. Quedó registrado que la inmensa mayoría de los festejadores eran jóvenes que de manera obvia están relacionados con el ambiente estudiantil y la correspondiente docencia comunista. Está cantado el silogismo resultante y su conclusión: es claro que fueron ellos, los jóvenes, los que definieron la votación y por qué lo hicieron.

El tercer motivo es el Dr. Álvaro Delgado. Un Señor. Muy capacitado. Muy honesto. Irreprochable. Pero no tiene carisma ni fonética. Carece su discurso de una impronta característica atrapante y eligió mal a la compañera de fórmula.

En otro orden, existe además una versión que nos tienta: se dice que la elección fue entregada debido a los designios del Tío Sam, que son tan inescrutables como los del Señor (iglesia dixit); suposición abonada por la “errónea” conformación de las candidaturas y una pésima campaña electoral, todo lo cual agregado al resto del panorama “dependencista” tipifica algo que de país sólo tiene el nombre.

Ya lo propusimos antes: ¿por qué no vendemos el país? Es el momento justo, aprovechemos la actual coyuntura inversionista de un Trump proclive a la “compra” de tierras estratégicas. Pero no nos regalemos como Puerto Rico. Somos infinitamente más valiosos económica y estratégicamente. No podemos seguir en esta siesta perenne de alternancia en el poder y siempre aplicar la misma receta con matices pero con un ingrediente común a todos los “políticos”: la ambición personal.

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