Juan Pedro Arocena | Montevideo
@|“Lo único que puedo querer para mi país… es que al presidente Orsi le vaya mucho mejor que lo que nos fue a nosotros” (presidente Luis Lacalle Pou, diciembre de 2024). Es la frase de alguien que ama mucho a su patria aun teniendo presente que su partido y su coalición deberán ser oposición a partir del 1º de marzo de 2025. ¿En similares situaciones, podrían los dirigentes frenteamplistas expresarse de manera análoga? Seguramente no.
Sucede que más allá del pragmatismo que pueda primar en los gobiernos frenteamplistas (característica que ojalá se mantenga en los próximos 5 años), toda conducción de izquierda está signada por el paradigma de la construcción del socialismo. “Nosotros queremos construir el socialismo en nuestro país” (Juan Castillo). El futuro ministro de Trabajo lo dice explícitamente, pero ese ideal inspira a una enorme masa ideologizada de dirigentes, cuadros y militantes frenteamplistas. Ellos no aman al Uruguay a secas. Aman a un Uruguay con un rumbo bien definido que apunta al paradigma socialista. Siendo así, resulta casi imposible desearle buena fortuna a un presidente de ideas liberales, porque para ellos siempre será un retroceso en el rumbo marcado por su ideología. Eso explica sus ilimitadas ansias de poder. Eso explica esa oposición frontal que no busca apoyar las buenas leyes (v.g. la reforma de la Seguridad Social) aunque coincidan en sus enunciados. Eso explica que toda derrota electoral es asumida de manera catastrófica, como si la historia retrocediera. Eso explica la vocación de permanencia en el poder de manera indefinida que ellos pretenden. Una permanencia en donde la única alternancia tolerada (hasta cierto punto) se verifica en el ámbito de los que comparten el ideal socialista.
Desde luego que cualquier militante de izquierda que se precie opondrá el siguiente argumento: “otro tanto ocurre con Uds. cuando quieren consolidar el capitalismo y el mercado”. Y allí se pone en pie de igualdad a dos opuestos como si fueran alternativas igualmente válidas y legítimas. Pero ocurre que no es así. Al capitalismo no lo instauró ningún régimen político. El capitalismo se dio de manera espontánea, como respuesta a la simple necesidad de acumular capital para producir bienes. Y ello se verificó cuando la Revolución Industrial demandó para la producción manufacturera la instalación de complejos industriales muy costosos. La construcción del socialismo que pretende Juan Castillo requiere acabar con categorías civilizatorias que nos vienen de la noche de los tiempos y que no son propias del capitalismo sino de la sociedad humana. Tal es el caso del derecho de propiedad, del mercado, del salario, del capital, del interés, de la renta, del beneficio empresarial, etc. Si vamos a la historia veremos todas estas categorías presentes desde los primeros imperios agrícolas de la antigüedad, (algunas de ellas, incluso antes, desde fines del neolítico). Todas ellas persistieron luego en la Edad Media y llegaron a la modernidad y a nuestros días.
Por eso, siempre el socialismo requiere de una dictadura para su imposición. Porque es contrario a la esencia misma de las sociedades humanas. Por eso el socialismo termina siempre con la libertad; no es compatible con ella. Por eso también líderes inspirados en ideales en principio humanistas, terminan convirtiéndose en dictadores de la peor especie, algo que la historia nos muestra repetidamente y que en algunos extremos los condujeron al genocidio.
Nosotros amamos nuestra Patria de manera incondicional. El frenteamplista ama a un Uruguay que haya tomado rumbo hacia el socialismo real.