@|Me sorprendió ver a un señor muy mayor que en una residencia de ancianos escribía una carta de Navidad, a sus parientes del mundo exterior.
Pertenece a una generación de los años treinta que leía las noticias en diarios impresos y escuchaba las informaciones por la radio. Ya existía el cine, y poco a poco la televisión ganaba su espacio en el salón de las casas.
Después, en los años ochenta, se escuchaba hablar sobre “Internet”. Pasará una década hasta que la red internacional de computadoras interconectadas irrumpe en la sociedad abriendo un gran abanico de usos, desde la intercomunicación, hasta la información, la investigación, el trabajo y la diversión.
Del papel a las pantallas de nuestros celulares hubo una gran revolución y evolución tecnológica que marcó a varias generaciones.
Eso sí, en el fondo, los humanos somos los mismos de antes: precisamos estar en contacto con nuestros pares. Es bueno para nuestra alma, es como un combustible invisible.
Al fin y al cabo, no importa si hablamos, nos escribimos, en papel o en pantallas, o si nos escuchamos por aparatos.
La brecha generacional existe, pero nuestra esencia tiene la misma matriz humana que necesita crear redes afectivas.