Ignacio De Posadas | Montevideo
@|A poco de asumir el Ministerio de Economía, me informaron que un economista llamado Carlos Steneri pedía una entrevista. Desconfiado, por ignorante, me puse a averiguar quién era y qué quería.
Resultó ser el Representante Financiero del Uruguay, con sede en Washington. Había viajado a Montevideo, a su costo, para poner el cargo a disposición del nuevo Ministro. Eso sólo ya decía mucho de la persona. Un par de llamadas bastaron para desasnarme de que se trataba de una alguien muy valorado y prestigioso.
Así empezó mi relación con Carlos. A esa altura, de aprecio y respeto por un servidor público de características poco comunes.
Lo había designado Ricardo Zerbino, Ministro de Economía en la primer presidencia del Dr. Sanguinetti. Lo mantuvo Enrique Braga, mi antecesor y fue una de mis decisiones más sabias el pedirle que se quedara (aunque no pude convencerlo de que permitiera pagar su pasaje). Otro tanto hicieron los ministros de los dos gobiernos siguientes.
Fue para mí, primero en un orden cronológico, un funcionario ejemplar. En un marco de enorme autonomía y, a la vez, sin una infraestructura de apoyo, se manejaba combinando un estricto celo en el cumplimiento de sus obligaciones, con un enorme profesionalismo y lealtad. Así, su aporte a su país, al que quería profundamente, le valió el reconocimiento unánime, tanto de sus superiores, como de sus interlocutores (entre quienes se contaban decenas de jerarcas y funcionarios de varias administraciones americanas y gobiernos latinoamericanos, así como de bancos internacionales y organismos multilaterales).
Para un ministro bisoño, Carlos fue un baluarte, por su apoyo y su consejo.
Andados los años, con su trabajo casi en solitario, Carlos Steneri acumuló en el mundo de la economía y las finanzas internacionales, un capital de conexiones y un prestigio impresionante. Que invirtió todo en la crisis del 2002 cuando se lanzó con toda su energía a salvar a su país de un trance que, por momentos, pareció terminal. La patria tiene con Carlos Steneri una deuda muy grande.
Ese fue el Carlos Steneri, servidor público excepcional.
Pero, a poco de conocerlo y tratarlo, fui descubriendo también a un amigo. Alguien de corazón abierto, sin dobleces, ni tapujos. Sincero, franco, comunicando, sin decir palabra, que estaba ahí, para lo que hiciera falta.
Me honró con una gran amistad por más de treinta años.
Eso acercó también a nuestras familias, incluso en algunos viajes juntos. Ahí pude apreciar a un marido y un padre cariñoso, guía confiable, consejero sereno y sabio. Con Mercedes, forjaron una lindísima familia.
Que luego, sobre todo Mercedes, fue su sostén a lo largo de los sucesivos embates de la enfermedad que lo puso a prueba, durísima prueba, durante una larguísima Vía Crucis.
Ahí conocí la profundidad de la fe de Carlos, de su relación con Dios, tan difícil en momentos de sufrimiento – de sufrimiento propio pero, además, de los suyos. Llevó su cruz en paz, con el consuelo de un cristiano auténtico, que desafía la comprensión y supera la resignación.
Estas líneas no son sólo la catarsis, quizás hasta egoísta, de quien perdió – por un tiempo - a un amigo. Pretenden también ser un consuelo para su familia y sus amigos.
Y también un servicio al Uruguay y su gente que harán bien en recordar, valorar e imitar a un Señor, un modelo de compatriota oriental.
Está en las mejores manos y buena compañía. Descansando en paz.