Esteban Szabados | Brasil
@|Este texto emerge como resultado y consecuencia de haber entrado a una carnicería paulista.
En San Pablo existe un nuevo concepto de carnicería que hace tiempito viene adaptándose a esta ciudad colmena. Es un tipo de comercio en el que no hay carnicero. Los cortes ya vienen envasados y expuestos en heladeras y congeladores con grandes puertas de vidrio para su ordenada exposición. Entre los cortes brasileños se pueden ver algunos “importados” como la tira de asado, el bife ancho, el bife de chorizo, la salsa criolla uruguaya, la sal de parrilla. Esta variedad internacional me hizo pensar en que vivimos una cultura mundial en esta vida moderna.
Para el filósofo argentino Enrique Dussel “la cultura es como una obra literaria, construcción estética. Construimos un mundo con sentido”. Entonces, en este siglo XXI todos construimos un mundo parecido, derivado de un proceso de occidentalización. Pero si tomo como imagen la idea de la variedad de productos internacionales que encontramos para el consumo, más bien parece una “ensalada” de culturas, mezcla, coctel de objetos, personas, ideas.
Principalmente vivimos en la globalización de las mercaderías, superficialmente. Además, nos relacionamos más entre gentes de diferentes y distantes puntos del planeta. A pesar de las diferencias culturales, el hombre se restringe a ciertas necesidades básicas, que son las fisiológicas (alimentación y reproducción). Si estas están satisfechas devienen las sociales y espirituales.
Así, nos hemos transformado en la especie que más mezcló hábitos de alimentación. Son muy pocos los grupos humanos de los cazadores-recolectores que se mantienen aislados de esta cultura mundial.
En el siglo XIX, el escritor francés Charles Baudelaire (1821-1867) ya presentía que viviríamos una cultura parecida en todo el mundo.