Marcelo Gioscia Civitate | Montevideo
@|Debemos preguntarnos cuánto de verdades contienen las arengas o discursos que se han hecho públicos, al inicio de la campaña electoral por parte de los candidatos partidarios, en este año de definiciones.
Si analizamos el origen de la palabra “candidato”, deberíamos retrotraernos a la antigua Roma, en la que los ciudadanos que asumían funciones públicas se presentaban con togas de color blanco (“candidus”) señalando con ello la pureza de sus actos e intenciones, así como ejemplo de su correcto proceder.
Entre los valores morales que se han esgrimido en estos días, donde la oposición apunta a “un gobierno donde la honestidad sea la guía”, el planteo camina por una muy delgada línea que pretende separar “el escándalo de la honestidad” y nos conduce a un territorio muy riesgoso. Propuesta que linda con la soberbia, ya que los antecedentes de la fuerza política que representa no le permitirían hacer esta afirmación, la que busca situarse en un escalón de superioridad moral que, en los hechos, no ayuda a la cohesión social.
Pero el candidato que la pronuncia olvida que la primer honestidad debiera ser la intelectual y nadie objetivamente podrá olvidar que él mismo se pronunció públicamente en contra de la Ley de Urgente Consideración –que resume normativamente propuestas de este gobierno- que… ni siquiera había leído. Lo que resulta inadmisible. Sin entrar a considerar los casos que se han hecho públicos, como “escándalos”, tanto en los gobiernos de la coalición frentista, como en este actual de la Coalición Republicana, la apelación a la honestidad como “guía” resulta un recurso de Perogrullo. Ya que este valor moral, debería ser el contenido mínimo fundamental de todo programa de gobierno que pretenda aplicarse en un sistema democrático y republicano.
No se trata aquí de pasarse cuentas de malas conductas, ni montos de los asuntos -que como siempre terminaron pagándose por Juan Pueblo- que significaron sensibles pérdidas a las arcas del Estado, ni de recordar actitudes de cada fuerza partidaria frente a procesamientos penales de altos dignatarios públicos.
Es bueno recordar que las actitudes y respuestas han sido radicalmente diferentes. Se trata pues de observar cuidadosamente las afirmaciones y calibrar realidades, las pasadas y las presentes, y distinguir la intencionalidad política de lo que fue la experiencia real (vivida en tres lustros de gobierno frentista) y los años transcurridos del actual gobierno y su realidad.
Si tendremos que tener cuidado a la hora de separar lo uno de lo otro. Más aún, en un año tan especial, donde la coalición opositora ha impuesto a sus candidatos mantenerse en silencio por la decisión de no debatir, a efectos de no mostrar las fisuras ni las inconsistencias de su candidato. Decisión política -a todas luces, de mezquino cálculo electoral- que a nuestro entender desprecia a los electores e impide (a la ciudadanía indecisa o no alineada) conocer cabalmente las propuestas de programa sobre temas que deberían ser trascendentes; y obsérvese que se trata de los mismos electores a los que a la postre -en su discurso- se les pide, paradojalmente, que vuelvan a llevarlos al gobierno.