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Don Otto y las aerolíneas

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Gonzalo Downey | Montevideo
@|En el riquísimo acervo humorístico latinoamericano habita Don Otto, un ingenuo inmigrante alemán que enfrenta con asombrosa inocencia las más disparatadas situaciones. Famosa es la historia de este personaje popular cuando, al llegar tarde de trabajar, encuentra en el sofá de su hogar nada menos que a su mujer con un amante y decide cortar de raíz y para siempre el problema: vender el sofá. Don Otto, en su eterna ingenuidad, no nace como deseo de burlarse de una nacionalidad en específico sino representar aquello que Groucho Marx atribuía a la política, es decir, “el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados”. Sin ir más lejos, en los últimos meses la historia de Don Otto y el amante de su mujer tomó en Uruguay la forma de una aerolínea suspendiendo vuelos y un país entero discutiendo el precio del sofá, sin ocuparnos del problema principal que continúa condenando al país a un curioso aislamiento aéreo: sus impuestos absurdamente altos, muchas veces por encima del precio del propio pasaje.

La cancelación por parte de la aerolínea low cost chilena JetSmart de la ruta Montevideo-Buenos Aires, que de puente aéreo tiene poco, generó una serie de cuestionamientos a la empresa (¡que llegó a ofrecer pasajes a 1 dólar!) esquivando la auténtica raíz del problema, los altos impuestos a los pasajes. Esto no se trata de facilitar las vacaciones de los uruguayos, que nada tendría de malo, ni de potenciar el turismo exterior en detrimento del interno, sino de algo que afecta a la economía nacional en su conjunto.

Un caso donde los impuestos uruguayos al pasaje son más caros que el pasaje mismo se da con la misma aerolínea en cuestión en la ruta que ofrece entre Montevideo y Santiago de Chile. No se trata que más uruguayos conozcan la nieve ni gasten allá dólares que podrían dejar en el Uruguay, sino de dinamizar el intercambio con un mercado de veinte millones de consumidores, con una economía abierta a todo el mundo (Chile es el país con más Tratados de Libre Comercio del planeta), altamente competitivo y con el que tenemos, por ejemplo, un Tratado de Libre Comercio y un acuerdo para evitar la doble tributación al que aún no sacamos todo el provecho que debiéramos.

Miles de emprendedores uruguayos, gracias a estos acuerdos, tienen las puertas abiertas para ir a ofrecer sus productos, vender, abrir oficinas y traer sus ganancias al Uruguay, algo que sí hacen los chilenos (más del 8% de los inmuebles uruguayos pertenecen a trasandinos, por ejemplo) en todas las áreas de la economía. Pero para ellos llegar a Uruguay es mucho más barato porque pagan menos impuestos a los pasajes y, por ejemplo, un emprendedor chileno puede ir y venir con mucha mayor facilidad incluso varias veces al mes a buscar clientes en nuestro país, cosa que efectivamente hacen y en masa. Los uruguayos no.

Lo mismo ocurre con Argentina. Es absurdo que un puente aéreo tan importante para la economía nacional como es el Montevideo-Buenos Aires tenga los costos actuales no por los pasajes, sino por los impuestos. Bajar esos costos no beneficia a las aerolíneas, beneficia al Uruguay, a los uruguayos y particularmente a los emprendedores. Reducir las altísimas tasas permitiría que miles de orientales viajen a destinos tan importantes como Buenos Aires, Santiago de Chile, Lima, Sao Paulo o Asunción, con decenas de millones de potenciales clientes por cuatro, cinco o seis mil pesos ida y vuelta. Profesionales, artesanos, pequeñas y medianas empresas, publicistas, diseñadores, inmobiliarias y productores de todos los tamaños verían facilitado su acceso a nuevos mercados, ampliadas sus fronteras y sus ambiciones, redundando en un fortalecimiento de la economía nacional y, por qué no, al turismo.

Al mismo tiempo se nos acercaría Estados Unidos, un país donde casi no tenemos vuelos directos y Europa, donde habita la mayor parte de la diáspora uruguaya. No, en una relación costo-beneficio no se justifican las actuales tasas, que son marginales en la recaudación tributaria global pero perjudican a las personas y a la economía del país, nos aíslan, nos quitan competitividad, dificultan la internacionalización de nuestros emprendedores y nos encierran en nuestra burbuja eterna mientras las aerolíneas siguen cancelando rutas y el país dependiendo cada vez más de menos oferentes, lo que siempre perjudica a los consumidores.

El problema de Don Otto no es el sofá ni el nuestro son las aerolíneas. Es hora que ambos nos enfoquemos en la raíz del problema y dejemos de ser los personajes de un mal chiste.

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