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El impuesto a ser oriental

Juan Pedro Arocena | Montevideo
@|Algunos columnistas de “El País” han acuñado expresiones magistrales. A Tomás Linn le corresponde aquello de “los nabos de siempre”. Con cuatro palabras Linn nos proporciona una definición muy concisa de ese gran colectivo de compatriotas sin PIT-CNT, sin cámaras empresariales, sin FUCVAM y sin lobbies bochincheros como el de las feministas radicales, los LGBT, los gays o los “vulnerables” que mendigan balasto en las intendencias a cambio de votos.

Ignacio de Posadas rescata de sus antiguos libros de geografía escolar lo de “la penillanura suavemente ondulada”. Allí se hace un símil entre nuestra topografía y nuestro devenir económico sumido en la mediocridad de un PIB que no es estrictamente propio del subdesarrollo, pero que dista mucho del círculo de privilegio de las 34 economías más avanzadas. Y como característica topográfica a la que alude, también expresa escépticamente una cierta inmutabilidad. Los uruguayos no queremos los beneficios del desarrollo económico y tampoco deseamos pagar el precio del sacrificio que ello implica.

A Francisco Faig le corresponden dos genialidades: lo del “muro de yerba” y lo del “pacto del agua tibia”. El muro de yerba es una especie de muro de Berlín espiritual y a la uruguaya. El que dividió la capital alemana, no dejaba salir a quienes estaban prisioneros en el “paraíso” socialista. El que reina en los interminables mates que a toda hora pululan en los comités de base, no permite que las ideas socialistas abandonen las cabecitas de todos aquellos que beben frenéticamente en esos ámbitos la criolla infusión. Y lo que es peor, el muro de yerba impide la penetración de las verdaderas ideas progresistas que hacen a la libertad de mercados y conciencias y a las sociedades abiertas. Finalmente, el pacto del agua tibia describe el mismo fenómeno de la penillanura, pero desde la óptica de un acuerdo político tácito que se verifica en la alternancia de los partidos en el gobierno central o en las Intendencias sin que la temperatura suba ni baje en exceso.

Así los uruguayos parecemos conformarnos con un poder frenteamplista que no haga mucho disparate (que no se llegue al delirio kirchnerista, por ejemplo) y con un poder coalicionista que arregle algunas cosas pero que en definitiva siga aumentando la deuda y entregue un país con el mismo déficit con que lo recibió. Sin olvidarnos (nobleza obliga) que es bueno reconocer que lo hizo soportando la pandemia, la sequía, la guerra de Ucrania, el tipo de cambio argentino y otras calamidades.

A pesar de esos atenuantes, no podemos perder de vista que la conducción económica fue laureada por la cultura hegemónica que reina en Occidente, pero, en definitiva, se trata de una cartera que entrega el poder explicando que hubo que endeudarse más porque se recaudó menos porque bajó la inflación. ¿? De dónde se deduciría que bajar la inflación es algo malo porque nos obliga a endeudarnos. Desde luego que no es así. De lo que se trata, en definitiva, es que lo que nunca logra el poder político (cualquiera sea su color) es atacar a fondo ese agente cancerígeno que es nuestro enorme déficit fiscal. No existirá nunca en Uruguay un Ministro de Economía que diga No… ¿Por qué? porque no hay más plata (los derechos de autor de esta concienzuda expresión corresponden a Javier Milei).

También desde las páginas de “El País” Ignacio Munyo nos informa que para que Uruguay crezca al 3% (para descontar ventajas con el mundo desarrollado necesitamos hacerlo al 5% no al 3%) es menester que la inversión anual aumente U$ 4000 millones. Con los impuestos que la penillanura suavemente ondulada hacer recaer sobre los nabos de siempre (es decir el uruguayo medio que vive a la intemperie, lejos de los lobbies feroces), con el atraso cambiario que desde hace muchas décadas se le impone a nuestra producción agrícola ganadera, con la virulencia sindical, el exceso de reglamentaciones, el abigarrado derecho laboral y la indexación salarial de los Consejos de Salarios, siempre superior a la inflación, el empresario uruguayo no invierte lo suficiente; sólo lo indispensable para subsistir. Para lograr la inversión que Munyo nos manifiesta como imprescindible resulta necesario tentar al extranjero (UPM) y hacerles una fronterita aparte, como si fuera otro país en donde los uruguayos medios no accedemos porque no tenemos 2000 palos para invertir. Es un paisito diferente, donde el agua dejó de ser tibia y la penillanura se transformó en un profundo y fértil valle, sin impuestos, sin PIT-CNT y con ferrocarril central.

Lo del título: si naciste en Uruguay, pagaste tus impuestos, tuviste hijos a quienes educaste y te apareció la calvicie trabajando, en suma: si sos de los nabos de siempre, te van a caer con un impuesto muy alto. También te caerán con todas las bizarras imposiciones que describo en el párrafo anterior. Siendo así… ¿cómo asombrarse de nuestra alta tasa de suicidios y de la emigración de nuestros jóvenes mejor preparados? ¡Ojo! Que el agua tibia de Pancho Faig, no sea el principio de esa otra que está en una olla y que a fuego lento va cocinando al sapo.

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