Roberto | Montevideo
@|La gran riqueza de Uruguay está en su gente, aquella que hace a la esencia de un pueblo orgulloso de su pasado y que confía en su futuro. Aquellos que trabajan la tierra, que en ella crían animales, producen leche, elaboran vinos y desarrollan agroindustrias.
Son también quienes defienden el orden y la convivencia desde su uniforme, en las calles, en tiempos de desastres climáticos o en tierras lejanas, dando lo mejor de sí, hasta su propia vida. ¡Cuántas profesiones abrazadas a su dedicación, cuántos obreros que hacen de su trabajo un camino de superación!
Todos ellos enaltecen nuestra sociedad, mientras desde las sombras operan fuerzas que los ven como enemigos a combatir, pero que no dudan en exprimirlos en su trabajo, en su producción y en destruir sus esfuerzos. Son ideologías que alimentan la creación de parásitos, transformando a buena gente en devoradores de asistencia pública, con una limosna que mata el orgullo de ganarse el propio sustento o de devolver las ayudas recibidas con su trabajo.
No faltan aquellos que dan forma a la nueva esclavitud, esa que engaña con una falsa esperanza y que transforma a la persona en la frustración que lo lleva a la violencia, a la droga y al delito. Generaciones sucesivas se multiplican como un virus que arrasa nuestra sociedad, sin que nadie tenga la real voluntad de terminar con ese ciclo destructivo.
Cuando la violencia se convierte en un instrumento de dominio, cuando el miedo es la herramienta para imponer ideas y cuando el crimen encuentra amparo en discursos cómplices, la sociedad entera se vuelve rehén de quienes buscan su ruina. Hoy vivimos bajo la amenaza constante de aquellos que justifican el ataque, la destrucción y el enfrentamiento como medios válidos para sus fines.
Es momento de decir basta. Basta de falsas promesas y de una retórica sin contenido. Es tiempo de que los buenos dejen de callar, porque el silencio de los justos alimenta al mal. Si no alzamos la voz, si no reclamamos lo que es nuestro, si no defendemos el derecho a vivir en paz y con dignidad, seremos testigos cómplices de nuestra propia decadencia.
No hay justicia en un país donde los honestos viven con miedo y los violentos con privilegios. No hay futuro en una sociedad que premia al agresor y castiga al trabajador. Recuperemos la seguridad, la decencia y el respeto. Uruguay merece mucho más que resignarse al miedo. Es hora de cambiar el rumbo, de retomar el camino de la dignidad y de construir un futuro donde el esfuerzo, el respeto y la justicia sean las bases de nuestra convivencia.