@|Podría perfectamente ser una novela de Saramago. Los uruguayos amanecieron con los titulares de una denuncia por violación en manada y como si fuera un fósforo se encendieron las tensiones subyacentes en la sociedad. El incidente involucró a feministas, la justicia, la prensa, el parlamento y hasta al propio Presidente de la República.
A poco de conocerse la noticia, la indignación inicial de la mayoría fue silenciada por las voces dominantes de las militantes feministas radicales, que denunciaron y marcharon contra el patriarcado y la cultura de la violación. Tanto fue el alboroto, que el Presidente se vio forzado a manifestarse adelantando que esperaba de la justicia “una sentencia ejemplarizante”. Un periodista, de ascendencia porteña y de corte amarillista, en un programa radial cuestionó a la denunciante (una aberración cuestionar públicamente a una víctima de violencia con una investigación en curso) y usando grabaciones y peritos de dudosa objetividad buscó “dar la otra campana”.
Las parlamentarias de izquierda, feministas radicales, denunciaron y pidieron formalmente la condena del periodista, amparadas en una ley que para muchos es excesiva ya que limita la libertad de expresión: una conquista de las feministas radicales que buscan generar una clase especial de ciudadanos. La justicia resolvió allanar dicha radio y la casa del periodista, una escalada institucional que nos devuelve a los años más oscuros del Uruguay. Y para rematar el daño a todas las instituciones, ciertos parlamentarios opinaron que el accionar de la justicia fue inapropiado, debilitando finalmente a todo el sistema en su conjunto.
Bajando un poco la tensión, la mayoría de los periodistas entendieron que hubo un atropello a la libertad de prensa. Criticaron al programa radial, pero cerraron filas en su rechazo al allanamiento a un medio de prensa. Una situación por demás censurable. Los mejores periodistas del país discutieron el manejo de la información y las pruebas, la selección de peritos y coincidieron en la protección a la libertad de prensa, y, por ende, al periodista cuestionado.
¿Pero qué pasó con el feminismo y el incidente inicial? ¿Dónde están las feministas que en su lucha generaron una crisis institucional? ¿Tienen acaso remordimiento de que sus acciones llevaron a atropellar la libertad de prensa?
Lamentablemente en Uruguay dominan las feministas radicales y éstas no hacen un mea culpa. No parecen cuestionarse si es apropiado que su puja por derechos para las mujeres más vulnerables aplaste los derechos de otros y menos les parece preocupar la generación de consensos.
Y es por esto por lo que el movimiento feminista radical en Uruguay es contraproducente. Las feministas radicales buscan avanzar los derechos de las mujeres usando la militancia, la marcha y la imposición obligatoria y autoritaria, así como la creación de tratamientos especiales. Y este colectivismo genera rechazo. Tanto es así que está de moda decir que no se es feminista y menos feminazi.
Es por esto por lo que deseo escuchar a las voces feministas liberales, esas que buscan cambios sostenibles, desde la mayoría, desde la educación y desde el centro. Que buscan avances culturales, económicos y sociales con ejemplos positivos y logros para toda la población.
Debemos reconocer, que los problemas en la educación y la deserción liceal deben ser el mayor esfuerzo de todos los uruguayos que quieren construir un futuro mejor. Los cambios culturales que queremos las feministas liberales requieren educación. Sin educación, no habrá una sociedad con mejor convivencia colectiva.
En sus libros, el escritor Saramago expone realidades de la sociedad que obliga a los lectores a reflexionar sobre la condición humana. El incidente de la presunta violación en manada que prácticamente llevó a una crisis institucional en el país y el accionar de las feministas radicales debieran interpelarnos sobre el movimiento feminista.