Esteban Szabados | San Pablo
@|Este otoño estival, con temperaturas bastante altas, aún invita a pasear por las playas paulistas.

El verano se había complicado en el litoral por un brote vírico que afectaba el aparato digestivo, provocando náuseas, vómitos, dolores abdominales y pesadez estomacal. Yo mismo sufrí estos males. Pasé dos días insufribles.

No obstante, el fin de semana decidí salir temprano a caminar por las arenas de “Caraguatatuba”, balneario que está ubicado a 175 km de la capital del estado de San Pablo.

Antes de pisar la playa, recorrí el tramo de césped que la precede. Lo crucé y cuando me adentré en la arena, me topé con una bolsita de plástico que contenía los excrementos de un perro. Enseguida pensé: ¡qué paradoja! Es una contradicción preocuparse por la limpieza del medio ambiente, pero, por otro lado, contaminar la playa con plástico, que se ve a montones por la orilla del mar. Y como sabemos, demora muchísimo tiempo en descomponerse.

Somos una fábrica de paradojas. Es como si diéramos un paso para adelante y otro para atrás. Así no avanzamos.

Es que creo que muchas cosas las hacemos por imitación de modelos impuestos, pero no reflexionamos sobre si es o no es mejor para nosotros y el mundo.

La bolsita para recoger las heces de los perros son ideales para la ciudad, sin embargo, en lugares naturales como campos o playas, no tiene el menor sentido. Hace tiempo el filósofo Zlavoj Zizek (1949, Eslovenia) dijo que reciclar era una paradoja porque el proceso era muy costoso. Por lo tanto, ¿qué sentido tiene reciclar si se gasta más que creando todo de cero?, pensaba él.