Alejandro N. Bertocchi | Montevideo
@|Es harto común que la generalidad de los uruguayos menosprecien nuestra salud pública y que inclusive dicho liviano pensamiento se haga extensivo al mundo sudamericano. Sin duda no solo existe algún veterano prejuicio sobre el tema, especialmente dentro de la franja social que por su nivel socioeconómico desconoce en su casi totalidad lo que significa y cómo funcionan los hospitales públicos, sino por lógica ignorancia originada de una muy difusa información como si la misma proviniera de otros mundos.
No hace muchos años, un acaudalado turista estadounidense que viajaba solo por Buenos Aires, fue apuñalado gravemente en plena calle de la Boca. Ingresado a un hospital e internado durante largo tiempo se le salvó la vida en una operación de muy alto riesgo. Al ser dado de alta, el buen señor preguntó cuánto se adeudaba y ante su primermundista interrogante, la respuesta fue que nada debía.
Como se reitera, estos logros deben ser asumidos en su respectivo peso y por supuesto dentro de nuestro país donde tanto se habla de economía. En este terreno muchos ciudadanos ante situaciones imprevistas de golpe y porrazo (como la asistencia a algún familiar), descubrimos el mundo de nuestra Salud Pública y con éste nos topamos con el espectáculo del sacrificio y la abnegación de todos aquellos compatriotas que desempeñan sus labores en sus instituciones los 365 días del año. Como por ejemplo, el venerable Hospital Pasteur, donde desde la constante tarea de la enfermería hasta los profesionales a cargo, todos encaran una eficiente empresa diaria que no conoce descanso y supone para toda nuestra sociedad algo de que debemos enorgullecernos, ayudar a proteger y dar al conocimiento público cada vez que corresponda.
Y el Hospital Pasteur, un portento de la historia nacional, se lleva la palma en este importante aspecto del devenir humano.