Esteban Szabados | Brasil
@|Francisco Wanderley Luiz se inmoló en la Plaza de los Tres Poderes, en Brasilia, la noche del miércoles 13 de noviembre del corriente año.
Había intentado entrar al Supremo Tribunal Federal para matar al ministro Alexandre de Moraes. Al no conseguirlo, activó los explosivos caseros que llevaba en su mochila y a causa de la explosión murió por traumatismo craneoencefálico. Su cuerpo dilacerado, tieso e inerte quedó doce horas tirado sobre las baldosas de la plaza precintada. Ese tiempo fue el suficiente para que la policía escrutara la zona y de ese modo se asegurase de que no hubiera más bombas.
Según explicó su exmujer, estaba obsesionado con atentar contra los ministros después de que Jair Bolsonaro hubo perdido las elecciones de 2022.
Esa misma noche también pretendió destruir la estatua de la Justicia, que está en la misma plaza, pero tampoco lo logró. La obra ya había sido vandalizada el 8 de enero de este año durante la multitudinaria invasión al edificio que congrega el poder judicial, el legislativo y el ejecutivo. La gigante de tres metros de altura es de granito y la construyó el escultor Alfredo Ceschiatti (1918-1989) en 1961.
Pero lo curioso es saber porqué una persona vista como “normal”, de profesión cerrajero, en su vecindario de “Rio do Sul” (Santa Catarina), pudo terminar de esta forma con su vida.
La antropóloga Isabela Kalil, investigadora de grupos extremistas, desinformación, negacionismo y teorías conspirativas, tiene su explicación sobre este asunto.
Ella afirma que el culmen de la vida de este hombre hay que analizarlo desde una perspectiva de un proceso “in crescendo” en la radicalización.
Debemos entender que demora años en fraguarse esa personalidad extremista hasta el trágico desenlace. Este proceso se inicia a través de la exposición a discursos de odio y teorías rocambolescas de la conspiración sobre el poder.
Para la psicóloga María Francisca Calleja, las nuevas tecnologías amplifican ideas delirantes, por lo tanto, debemos aprender a discernir lo veraz de lo tóxico. La persona se autoengaña y piensa que pertenece a una comunidad muy interesada en “el bien” de la sociedad. Pero lo cierto es que esos discursos buscan manipular a las personas a través del impacto en las emociones profundas del receptor del mensaje.
Según Kalil, estos mensajes manipuladores buscan generar miedo e indignación en el “ciudadano de bien”, que se transforma en un “patriota que debe matar o morir por un ideal sublime”.
Asegura esta investigadora del ser humano que en Brasil llevamos años escuchando discursos contra la democracia y el Estado como culpable de todos los males habidos y por haber. Al suicidarse, este radical debió sentir que su misión estaba cumplida.
Para finalizar, yo creo que el Estado y la sociedad deben ser los artífices de las estrategias de defensa y de la humanización de la civillización más tecnológica que se conozca hasta el presente.