Inseguridad en Oceanía del Polonio

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@|Estimado Sr. Director:

Le escribimos para contarle nuestra historia, la historia de un grupo de soñadores argentinos y uruguayos que hace 30 años empezó a construir, y aún hoy sigue construyendo, sus casas en medio de los bosques y los médanos de Oceanía del Polonio, con la impecable idea de disfrutar de sus increíbles cielos con estrellas que se pierden hasta el mismísimo horizonte.

Viajamos horas y horas dejando atrás las enormes ciudades en las que vivimos (Buenos Aires, Montevideo, Rosario, Córdoba y hasta Mendoza) para una inmersión en esa sanadora mezcla de sonidos naturales, estrellas y constelaciones.

Los primeros años vivíamos sin UTE, durmiéndonos al anochecer y nos despertábamos para ver salir el sol sobre el Cabo Polonio. Dormíamos con las ventanas abiertas de par en par para que entraran los sonidos del bosque y la brisa marina y también los primeros rayos de luz de la mañana.
Esa era nuestra querida y mágica Oceanía.

Todo eso se fue apagando y hoy ese fantástico lugar se transformó en algo hostil e inseguro, donde da miedo irse a dormir aún con todo cerrado bajo llave y candado y monitoreado con cámaras y luces sensibles a los movimientos.

Ese bosque, que era pura magia al anochecer, hoy es un lugar tenebroso por donde sabemos, con certeza, que merodean los malandras por senderos que sólo ellos conocen para agazaparse, estudiar nuestros movimientos desde la oscuridad y al descuidarnos dar el zarpazo; al inicio rompiendo mosquiteros y ahora pateando puertas para enfrentarnos y hasta robar nuestros autos para escapar con el botín.

Ante la ausencia total y sorprendente del Estado de la República Oriental del Uruguay, los malandras ya se han apoderado del “territorio” y cobran a los propietarios legales un “peaje” de forma cada vez más violenta.

Como una muestra simple pero elocuente de esa ausencia total del Estado, que ha mirado para otro lado y ha dejado actuar sin freno a los ladrones, basta comentar que los vecinos de Oceanía, uruguayos y argentinos, que pagamos en tiempo y forma las contribuciones territoriales correspondientes, construimos con fondos propios en la entrada de la Ruta 10, una Comisaría totalmente operativa con conexión eléctrica y de Internet y con servicios sanitarios con el compromiso previo de las autoridades uruguayas de que la usarían para custodiar la zona; compromiso que no se verificó nunca ni siquiera para dejar sentada una presencia simbólica.

La inseguridad y la pandemia están haciendo que los propietarios de Oceanía, sean argentinos o uruguayos, vayan cada vez menos con el impacto negativo creciente que esto tiene en los consumos en la zona y en la percepción de impuestos. Es un círculo vicioso que impacta a todos negativamente.

El abandono por parte de las autoridades de Montevideo y de Rocha de ese pedazo de tierra uruguaya es ya indiscutible, y lo alarmante es que empieza a reinar la ley del más fuerte.

Solo nos preguntamos quién será la primera víctima de este enfrentamiento innecesario entre turistas que quieren descansar y malvivientes que se quieren apoderar de lo ajeno.

El Estado uruguayo debería intervenir con decisión y visibilidad para evitar un incidente mayor.

Es una pena que se necesite sangre para que el Estado reaccione y haga su trabajo.

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