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Inteligencia artificial

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Esteban Szabados | Brasil
@|Hace unos días, la coordinadora pedagógica de la escuela donde trabajo nos envió por el celular a todos los profesores un mensaje que me dejó helado.

Ella había usado un detector de contenido de Inteligencia Artificial y había pillado varios trabajos hechos con esta tecnología. Por lo tanto, nos pedía que abriésemos los ojos ante esta cuestión y que redobláramos los controles. Enseguida, una avalancha de imágenes asaltó mi pensamiento. Recordé varias informaciones que había leído sobre el tema. Por un lado, unos la defienden con excelentes argumentos, mientras que otros la denostan.

El doctor César de la Fuente la emplea para descubrir nuevos antibióticos. El filósofo Carlos Blanco cree que el hombre ha llegado a un límite en su desarrollo científico y que la I.A. puede ser una herramienta necesaria para continuar avanzando en el campo del conocimiento. Otros, más pesimistas, opinan que puede ser un arma de manipulación mental, ser adictiva, puede imponer su poder a la humanidad y ser una amenaza.

Por otra parte, la I.A. podría generar muchísima basura y emisiones de carbono, aumentando drásticamente la contaminación, según un reciente estudio chino.

Para el neurocientífico Mariano Sigman, el mundo digital está plagado de I.A. que nos arrastra a delegar funciones y nos lleva a ceder. Así nos decantamos hacia el miedo, la pereza, la vanidad, la ira y la lujuria. Piensa que debe haber una regulamentación.

Mi hijo destacó que en un episodio de “Los Simpson”, la voz de Homero había sido usurpada por una I.A. a través de su teléfono.

En fin, la inteligencia de una máquina debe ponernos en alerta, sobre todo, en cuanto a que hasta dónde le delegaremos competencias. Si no usamos el cerebro se atrofia, porque pierde las conexiones neuronales al no activar las sinapsis.

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