Pablo Pérez | Montevideo
@|Cada año, y con vigor creciente, las jineteadas vuelven a generar torrentes de críticas y censuras por parte de aquellos que perciben en esta actividad tradicional un espectáculo de barbarie y crueldad.
El eco de estas voces se alza con cada edición, recordándonos la profunda división entre quienes celebran una expresión cultural y quienes luchan por la defensa del bienestar animal.
Si bien ambas posturas tienen su validez y merecen ser consideradas, el foco de la discusión se desvía de lo que realmente importa.
Las jineteadas representan el momento más vibrante de esta rica tradición folklórica ecuestre, la punta del iceberg. Debajo de esa superficie, hay un vasto y profundo proceso que revela la complejidad de esta práctica, donde la pasión, la historia y el vínculo con la tierra se entrelazan de manera que va más allá de la vistosa exhibición. La crianza de los caballos es una labor que exige paciencia, amor y un cuidado excepcional hacia el animal. Se trata de construir un lazo de confianza y respeto, de entender que detrás de cada jineteada hay una narrativa de esfuerzo y dedicación que trasciende lo meramente superficial.
En un mundo donde los valores parecen debilitarse, las generaciones jóvenes involucradas en esta noble tradición están siendo moldeadas por principios fundamentales como el respeto, la confianza y la constancia.
Es tan sólo conversar con un muchacho que interviene en las tareas de crianza para darnos cuenta de su visión cargada de valores para la vida, que muchas veces somos incapaces de transmitirlos a nuestros propios hijos. Valores que deberían ser un faro de luz para una juventud que muchas veces se muestra indiferente.
En un tiempo donde los valores parecen debilitarse, encontramos en los jóvenes que abrazan esta noble tradición una fuente de luz inquebrantable. Ellos son moldeados por principios fundamentales: el respeto, la confianza y la perseverancia. Conversar con un muchacho que participa en la actividad, es dejarse envolver por su visión del mundo impregnada de valores que con frecuencia nosotros, como adultos, nos resulta difícil de transmitir a nuestros propios hijos. Es en sus palabras y acciones que vemos reflejados la importancia de un compromiso sincero, de valores que deberían ser un faro para una juventud a menudo sumida en la indiferencia. En cada pequeño gesto, en cada mirada, palpita una sabiduría que va a guiarlos por el camino recto, un camino que busca más que lo efímero y superficial, un camino que anhela dejar una huella en el corazón y el alma.
En la danza entre jinete y caballo, encontramos más que una competencia, encontramos una intensa celebración de la vida misma, un canto a la libertad y un homenaje a nuestra herencia cultural.
No coartemos el futuro de una juventud que florece en un entorno de valores y amor por la naturaleza. En sus manos sostienen la promesa de un mañana brillante.