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La génesis de los tiranos

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Juan Pedro Arocena | Montevideo
@|Tiranías y tiranos los hay de muchos tipos. Dictadores como Anastasio Somoza o Alfredo Stroessner detentaron en poder en sus países durante décadas, más como consecuencia del atraso económico, social y político de Nicaragua y Paraguay que como una respuesta de la derecha a la penetración comunista, la que hizo su aparición con posterioridad, en los años 60, cuando estas dictaduras ya contaban con muchos años en el poder. Otros, como Augusto Pinochet o Rafael Videla se presentan en la historia más claramente como la respuesta de la derecha militar y proamericana a la penetración comunista en el marco de la Guerra Fría ya instalada en todo su vigor. Las dictaduras de izquierda generan también tiranos, pero son tiranos de otra especie. Fidel Castro, Daniel Ortega, Nicolás Maduro terminan en los hechos perpetrando las mismas barbaridades que sus colegas de la derecha militarista, pero su patética realidad reconoce otra génesis. El evento político que los encarama definitivamente en el poder suele ser también un golpe de estado, pero ese golpe no es una operación de la alta oficialidad cuartelera, sino que obedece a un largo proceso de descaecimiento de las instituciones y de las libertades. Esto incluye a Cuba, más allá de que lo que lleva a Fidel Castro al poder es también una victoria en el campo militar. Pero el triunfo de la revolución cubana se da como consecuencia de una victoria de un movimiento revolucionario, no como una operación de cuartel. Y el gobierno revolucionario pareció ser en sus comienzos verdaderamente democrático, un poder revolucionario que vencía al dictador Fulgencio Batista y que prometía elecciones libres (1957, Manifiesto de la Sierra Maestra). Sabemos cómo siguió esa historia.

El tirano de izquierda llega al poder convencido de liderar un proceso que combatirá la pobreza, que destrabará los que en su criterio son las endemoniadas lógicas del mercado, que impiden el desarrollo y el progreso de sus pueblos. Están dispuestos a todo y coparticipan de una filosofía en la que el fin, cuando es un fin universalmente redentor como realmente lo conciben, justifica los medios. Como dice Juan Pablo II: “Cuando los hombres se creen en posesión del secreto de una organización social perfecta que hace imposible el mal, piensan también que pueden usar todos los medios, incluso la violencia o la mentira, para realizarla.” Y yo agregaría, también les permite transformarse en dictadores sin que ello lesione una excelente autopercepción en el campo ético. Más allá de los repetidos fracasos, es cierto que se ha tratado de instaurar una y mil veces el socialismo sin vulnerar la institucionalidad democrática. Lo anterior a pesar de tener muy presente que la doctrina marxista original preveía explícitamente a la dictadura como forma de poder indispensable para construir el socialismo.

Y efectivamente, una y otra vez los revolucionarios constructores del socialismo devienen dictadores de la peor especie. La razón de este reiterado hecho histórico debe encontrarse en que las reformas socializantes son contrarias a la naturaleza de la sociedad humana. Siendo así en algún momento del proceso socializador se hace necesario coartar alguna libertad, vulnerar algún derecho. La natural reacción de protesta debe ser reprimida. Los excesos dan lugar al primer crimen y éste a la complicidad del ejecutor con el que dio la orden y a la de éste con quien concibió la política represiva. Lo que en principio fue una junta de revolucionarios transita rápidamente hacia una tiránica asociación para delinquir. Ella necesitará de un irrestricto apoyo militar. Y si los militares no son revolucionarios habrá que satisfacer a los más amigos y purgar a los potenciales enemigos. A partir de allí ya está todo convalidado, desde las elecciones con partido único o de resultados sacados de la galera, la represión en las calles, las proscripciones de los enemigos políticos, la cárcel, el exilio, la tortura, los juicios sumarios, las ejecuciones o las desapariciones. También queda legitimada toda fuente de riqueza (asociación con el narcotráfico) y la creación de castas privilegiadas integradas por quienes detentan el poder de las armas.

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