Juan Pedro Arocena | Montevideo
@|Durante décadas hemos presenciado una evolución inexorable en la coalición de nuestras izquierdas. Los sectores más moderados, más lejanos a las propuestas antisistémicas y al paradigma colectivista, que se autoperciben más “democráticos”, han ido perdiendo pie sistemáticamente hasta convertirse hoy en un grupúsculo inoperante.
Desde el punto de vista de la doctrina marxista leninista está claro. En ella se explica minuciosamente el proceso y aunque sus bases teóricas se hayan derrumbado se sigue la inercia de la estrategia política diagramada originalmente.
Sabido es que el marxismo supedita la política al análisis de clase. En ese orden, la única clase social interesada con el socialismo hasta las últimas consecuencias es el proletariado.
En el camino hacia el socialismo la clase obrera necesita del auxilio transitorio de otros sectores sociales (intelectuales, pequeño burguesía) que la acompañan en las primeras etapas de la revolución, cuando ésta todavía no se propone construcción del socialismo, sino que se centra en el antiimperialismo y en la lucha contra la oligarquía. Se trata de compañeros de ruta que tarde o temprano serán neutralizados o incorporados al camino que conduce al socialismo real.
En ese tránsito, los partidos que se autocalifican como representantes de la clase obrera, es decir, los partidos marxistas leninistas, resultaran fortalecidos y hegemónicos.
En el Frente Amplio este proceso se cumplió a pie juntillas a pesar de que en los 15 años de su gobierno la ruta hacia el socialismo no pasó de ser el encendido de una vela. Sin embargo, los compañeros de ruta de los partidos revolucionarios han sido prolijamente fagocitados y las facciones frenteamplistas de definiciones anticapitalistas hegemonizan hoy la coalición de izquierdas.
La estrategia política de nuestra izquierda ha sido tan prolijamente leninista que el proceso se cumplió fuera de la ruta de construcción del socialismo. Cabe preguntarse cómo operó y aun opera.
Los sectores marxistas proponen medidas extremas: conflictividad social permanente, consultas populares derogatorias de leyes, leyes derogatorias de consultas populares, gritería permanente, apoyo a regímenes totalitarios que, según su imaginación, construyen el socialismo.
Si un sector de la izquierda democrática se opone, es rápidamente excluido con un lenguaje que también hace honores a la descalificación de cuño leninista. Sólo para tener presente los eventos más recientes: recordemos a Abdala aplicando la expresión de “ratas en el queso” a los 111 contadores que se oponían al plebiscito que proponía derogar la reforma de la Seguridad Social. O la advertencia de Civila para no recibir “fuego amigo” durante la pasada campaña electoral en pro de la papeleta del Sí.
Sólo ante la mera posibilidad del castigo descalificatorio, un inveterado terror se apodera de la llamada “izquierda democrática”. Porque teme ser identificada con, o hacerle el juego o “los mandados” a la derecha. Para que este mecanismo opere sin excepciones ni fallas basta estribar en el igualitarismo distributivista de la izquierda democrática.
Resultará difícil oponerse a la ley de 6 horas o a sistemas impositivos cada vez más severos o al creciente asistencialismo, todas medidas que como quiere Juan Castillo se van aproximando a la construcción del socialismo.
Así, la izquierda democrática se enfrenta al dilema de dejar de serlo y sumarse a los sectores antisistémicos o morir de la inanición que produce la descalificación. Una alternativa más saludable sería abandonar el Frente Amplio. No todos se atreven. Esa ha sido la triste historia y el penoso papel de la izquierda democrática en el Frente Amplio.