Guillermo Asi | Montevideo
@|La mente humana es uno de los misterios enormes que se va develando, capa a capa como la cebolla, con la diferencia que cuando creemos estar acercándonos al corazón, aparecen nuevas capas; igual que la sabiduría es inalcanzable, nada nuevo, Sócrates hace más de 2400 años ya nos lo advertía. A mí siempre me intrigó, si bien no soy científico, más bien un humano curioso que leyó algunos libros sobre la mente y cómo se cree que funciona.
Lo que se cree saber es más o menos así: la mente es un producto del cerebro, éste se compone de 100.000 millones de neuronas, conectadas entre sí por un cuatrillón de sinapsis. Me es imposible imaginar esto, pero dicen los neurocientíficos que son más que estrellas en el universo.
Nuestra mente, según las necesidades y sobre todo las exigencias de la conciencia de cada ser humano, es capaz de imaginar (todo primero siempre es una idea) las pirámides, las teorías, pitagóricas, aristotélicas, einstenianas y todas las que existen, también obras como “La Ilíada”, “Divina comedia”, “El Quijote” o las novelas de Agatha Christie; también teorías económico políticas, como el liberalismo, el capitalismo incluso fracasos como el comunismo que costaron la vida de más de cien millones de seres humanos. Siempre esas enormidades conceptuales fueron producto de mentes individuales que soñaron y dedicaron años a estudiar sus ideas.
El problema es que también tiene una debilidad; que muchos humanos podemos, sin darnos cuenta, enamorarnos o contaminarnos con teorías y creerlas sin respaldo de la experiencia empírica, volviéndonos dogmáticos, irracionales, incluso llegando a odiar, asesinando a otros humanos por no pensar y creer lo que creemos. Lamentablemente, no hay medicamentos que nos curen, solo nosotros podemos, si queremos, siguiendo el consejo de René Descartes: “Como todo lo que creemos nos vino dado, en el hogar, en el colegio, universidad, libros y la vida, es bueno y necesario, de vez en cuando, poner todo en cuestión”.