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La no izquierda en Uruguay

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Juan Pedro Arocena | Montevideo
@|Constituye la base de nuestra herramienta política para lograr enderezar definitivamente el rumbo de nuestro país hacia el desarrollo económico. Oponiéndose sistemáticamente a este objetivo tenemos a un formidable adversario. No hay que preguntarse por qué perdimos en noviembre de 2024. Lo que realmente interesa desentrañar son las causas del traspié que en 2019 determinó la derrota de la izquierda por escasos miles de votos y en segunda vuelta. Algo que la historia interpretará como un intervalo de 5 años en una hegemonía política de al menos un cuarto de siglo y que se viene consolidando paso a paso en un proceso que lleva décadas.

Para torpedear esta hegemonía contamos con todo lo que no es izquierda en Uruguay. No se trata de un conjunto poblacional necesariamente minoritario con respecto al caudal político de la izquierda. Pero aun así, representando todavía una pequeña mayoría (resultado electoral de octubre de 2024), se trata de un heterogéneo conglomerado que alberga en su seno cientos de miles de ciudadanos, poco interesados en la política, poco informados, con escasa lealtad al embrión de una unión partidaria que es nuestra Coalición Republicana, sin vocación militante y con nulo sentimiento de unidad política. Esta “no izquierda” uruguaya no genera cultura o lo hace en un grado muy menor. El teatro, el folklore, el carnaval, la pintura, la artesanía y el cine nacionales constituyen un conjunto de expresiones culturales monopolizados por la izquierda. Ella también copó la actividad sindical y la militancia de cientos de miles de adherentes fanatizados por ideologismos que, aun fracasados, permanecen alentando paradigmas éticos e imponiendo su visión de la realidad. El enorme caudal electoral se termina configurando con la adhesión multitudinaria de cuántos ambicionan vivir relativamente bien a partir del auxilio del Estado, sin dedicar mayor esfuerzo a la superación personal, al estudio o al trabajo.

Ante este panorama algo desalentador… ¿qué hacer? Si sabemos interpretar lo que nos viene pasando desde los inicios de la 2ª mitad del siglo pasado hasta nuestros días, parecería obvio que lo prioritario es recobrar identidad. La estrategia de presentar batalla al adversario acercándose al contenido de sus postulados, reverenciando sus antivalores hegemónicos, con una candidatura a la vicepresidencia reclutada en filas comunistas y, vergonzantes de nuestras raíces liberales, permanecer soslayando lo que verdaderamente pensamos, es una agonía política por la que, desde 1966 a la fecha la “no izquierda” ha perdido el 40% de la opinión pública.

Recobrada nuestra identidad debemos formar el vehículo humano que la difunda y prestigie. Es necesario fomentar esa mística por los principios e ideales que alientan la titánica labor de una abnegada militancia. Algo que la izquierda ha sabido mantener a pesar de sus siempre presentes fracasos y que los liberales no sabemos cimentar pese a nuestros siempre presentes éxitos.

Se debe tomar conciencia de la formación leninista de nuestro adversario. Conforme a ella, cualquier concesión que se nos presente con generosa apariencia, cualquier acuerdo parcial o temporario al que se arribe, es apreciada y ponderada, no en función al bien de la patria sino en términos de poder político. La violación a lo acordado o una nueva demanda superior a la ya consensuada se presentará más temprano que tarde en lo que para todo leninista es la permanente acumulación de fuerzas para el ascenso no sólo al gobierno sino a una categoría política más ambiciosa: el poder.

Finalmente, se debe tomar conciencia de unidad política, proceso que, en lo inmediato, debe tener como objetivo concurrir a las elecciones bajo un único lema partidario. Sin abandonar las peculiaridades identitarias de los partidos políticos que forman la coalición, los intereses partidarios deben estar subordinados a la unidad de la única entidad política capaz de enfrentar al Frente Amplio. Para ello es necesario abandonar los viejos feudos personales y clientelares. La actividad política es protagonizada, como es lógico, por individuos con ambiciones políticas personales. Pero ellas deben prosperar dentro de las entidades partidarias y sobre todo dentro del sistema de principios que nos caracteriza y diferencia de la izquierda. Un éxito político puntual a costa de una claudicación de principios o del abandono de lealtades a los partidos o a la coalición constituye la continuación de un fracaso a gran escala.

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