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Los delfines de Mujica

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Juan Pedro Arocena | Montevideo
@|Hay que reconocer que el expresidente es un hábil declarante y ha demostrado tener dotes para una comunicación tan ambigua como seductora. Sin embargo, no podemos decir lo mismo de su capacidad para elegir sucesores. Tal vez no sea por su torpeza en la materia, sino porque la izquierda es un sistema de ideas en plena decadencia, proceso en el que la caída del socialismo no fue nada más que su primera evidente manifestación. La doctrina socialista ha intentado sobrevivir al colapso y ha tratado de reinventarse mutando una y otra vez, en una cadena ininterrumpida de regresiva evolución. Los guerrilleros heroicos del ayer fueron sucedidos por profesionales de una violencia sin porqué e intentan subsistir estableciendo alianzas con el narcotráfico. Los abnegados militantes de la lucha de masas han devenido en burócratas semiacomodados que disfrutan su pancista mediocridad. El lugar de los líderes del cambio revolucionario de los sesenta es ocupado hoy por farsantes, delincuentes, oportunistas y arribistas de la peor especie. Por eso no le resulta fácil a Mujica depositar en alguien su testamento político.

El primer intento fue Constanza Moreira; diciembre de 2019 entrevista de “Voces” a Mujica: Periodista: “Ese engendro es tuyo. La creaste vos”; respuesta de Mujica: “Decime una cosa, ¿vos no tenés que respetar la Universidad? ¿Qué te parece una catedrática de politología? Más burra que eso para hacer política, difícil de encontrar”. Constanza Moreira no era burra. Simplemente había permanecido fiel a la ortodoxia de una ideología que en su versión original nunca fue apta para ganar elecciones. Mujica ya había entendido que robar bancos y matar gente no era un buen negocio político; quería seguir ganando elecciones y Moreira se había quedado en los sesenta.

El segundo fue Raúl Sendic (hijo). El Cr. Danilo Astori solía decir del exvicepresidente: “es lo peor que le ha pasado al Frente Amplio desde que terminó la dictadura”. Es que Sendic no fue sólo una mala idea para la coalición de izquierdas: fue una tragedia para el país todo. En la presidencia de ANCAP despilfarró 800 millones de dólares para cimentar una carrera política que terminó casi al empezar con un procesamiento por malversar fondos para la compra de un colchón y una malla de baño color rosa. Suele suceder con la justicia. A Al Capone lo metieron en la cárcel no por su sanguinaria carrera homicida sino por evadir impuestos.

El tercero: Yamandú Orsi. Al principio parecía pintar bien. Su incapacidad se puso por primera vez de manifiesto en aquella entrevista de noviembre de 2019 en Sétimo día: pregunta de Juanchi Hounie: “¿Pero lo leyó o no lo leyó?”. Orsi cantinfleaba en clave ideológica sobre el proyecto de la LUC cuando debió confesar que no lo había leído. En la actual campaña, protagoniza una sucesión de silencios, indefiniciones y ambigüedades propios de una medianía electoralista que no logra ocultar su verdadera realidad: la de una dramática mediocridad y supina ignorancia sobre los grandes temas.

Y finalmente… Blanca. Se le ha dado mucho bombo, incluso desde la prensa no frenteamplista. Pero adelanto opinión. Blanca Rodríguez pudo haber sido una respetable locutora de noticieros, pero como operadora política es un clásico producto del muro de yerba del comité de base. Su formación se manifiesta en un compendio de muletillas, preconceptos y martingalas retóricos que aprendimos en los sesenta y los setenta. Para muestra basta un botón; dice BR: “Hablar de Venezuela y no de los 6.000 niños pobres que nacen todos los años es de una inconsistencia terrible”. Esta táctica consiste en elegir el campo de juego. Sacarlo de una temática en donde los tantos son todos en contra y llevarlos a otra, lejana, no relacionada en donde se puede contar con algo a favor. Y hacerlo, aún a costa de una falsedad y una falacia de falsa oposición. Falsedad porque la pobreza infantil está presente en los planes de todos los posibles candidatos a la presidencia y falacia porque hablar de un tema no implica en lo más mínimo no tratar el otro. Y ambas a la vez: porque oponerse a Maduro es también oponerse a un régimen que genera pobreza infantil a borbotones.

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