@|Un fenómeno de creciente notoriedad es la inapropiada jerga que han mostrado algunos sueltos de lengua.
La capacidad de muchos para opinar es infinita y nunca hubo tanta libertad y posibilidades para ello como ahora. Los diarios, los semanarios, las radios, la televisión, Internet, las cartas al director, los comentarios al pie de una nota periodística, las redes sociales, etc. dan fe de ello. También el desprecio que tienen de la libertad de expresión.
¿Dónde quedó aquello de mis derechos terminan donde empiezan los de mi prójimo? Pero las redes sociales en particular lideran el podio y se llevan todos los premios.
Si observamos atentamente detectamos dos protagonistas complementarios.
Están los tapados, los que ocultan su identidad; pero ello no evita que comprobemos que el seudónimo desplaza al ser civilizado y deja aflorar sus falencias éticas, morales y sociales, dando rienda suelta a las facetas más negativas de la condición humana: la intolerancia, el vocabulario soez, etc. Son cobardes de poca monta. Ignoran que criticar implica tanto alabar como censurar y sólo denostan. No son capaces de “poner la cara” y por eso se ocultan. Son los gratuitos difusores de un flagelo denominado “discurso de odio”, integrado por expresiones que incitan a la inquina, la discriminación, el odio, la animadversión, la violencia hacia las personas debido a su religión, especie, orientación sexual, discapacidad, nacionalidad, etc. propiciando la intolerancia, la hostilidad y por ello son los más peligrosos.
Luego están los desbocados, que escudados en la libertad de expresión, olvidan que en boca cerrada… Propagan calumnias. Suponen que son “amigos del comisario”, que son intocables hasta que terminan manoseados, expulsados. Entonces descubren que fueron víctimas de un error de apreciación… la propia.
Ambos son tan checatos que no reparan en que sus cataduras cultural y moral empañan sus dichos.
Ahora bien, todas las sociedades han regulado la conducta de sus integrantes toda vez que estos atentan contra la normal convivencia alterando el lógico y natural contrato social, mediante normas sociales, morales, religiosas y jurídicas (bajo las formas de decretos, leyes, reglamentos, etc.).
Concluimos, entonces, que cualquiera tiene el derecho de expresar su opinión toda vez que no atente contra la “civilizada” relación (consuetudinaria o legal) de las personas.
Pero no sólo las redes sociales son las transgresoras sino que la falta de la adecuada regulación convierte a la autoridad correspondiente en cómplice del delito, por connivencia u omisión.
Una solución a los apartamientos sería que los medios no publiquen notas con seudónimos. No se estaría cercenando la libre expresión sino impidiendo el mal uso de ella. No evitaría la existencia de los bocasucias, pero sus dichos ya no salpicarían impunemente. Sólo justificamos evitar la filiación para evitar las represalias porque no estaríamos ante un transgresor sino ante un delincuente.
Visto y considerando que algunos legisladores han dedicado horas preciosas a temas baladíes como lo que fulano dijo o dejó de decir, bueno sería que ejercieran un poco de docencia y pusieran coto a tanta lengua viperina que pulula en nuestra sociedad.