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“Medicamento genérico socialoide de los imitadores”

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Juan Pedro Arocena | Montevideo
@|Comento la última columna de El País del siempre lúcido articulista Juan Ramón Rodríguez Puppo.

Lo primero que compruebo es que poco a poco los análisis de la derrota se van reorientando hacia sus verdaderas causalidades. La derrota de los partidos fundacionales no es algo coyuntural sino estructural y obedece al rumbo sicosocial que se ha venido imponiendo a nuestra sociedad desde el lejano comienzo de los años sesenta. Palmo a palmo, inexorablemente el capital político mayoritario ha emigrado desde los partidos fundacionales hacia la izquierda cimentando el crecimiento de sus coaliciones. En esa batalla se enfrentaron con frecuencia dos operadores políticos. Por un lado, el militante de izquierda, ideologizado y convencido de ser portador de una receta social que acabaría con todas las miserias humanas, (que lo llena de abnegación y hasta de fanatismo) y por otro, un individuo que hace promesas (que por suerte la mayoría de las veces no cumple) para que las urnas le permitan ocupar un cargo en la política o en la administración del Estado. No es necesario ser muy inteligente para saber quién gana en el mediano plazo.

Más allá de este desigual enfrentamiento humano, Rodríguez Puppo explicita el naufragio de dos posibles estrategias anti izquierdas: “a) Los que reivindican un modelo liberal… tienen sus razones. Naufragan a la hora de llevar a la práctica ese discurso en una sociedad cuya enorme mayoría está acostumbrada y se recuesta en la protección que le puede brindar el Estado y b) Por otro lado los que desde la Coalición sienten que se debe recrear un espacio de “centro” que equilibre el rol social del Estado… naufragan a la hora de vender su discurso al pueblo que no lo compra y… prefiere en la góndola electoral la medicina del laboratorio socialista original antes que el medicamento “genérico socialoide” en manos de imitadores liberales”.

El párrafo b) es sencillamente magistral. Al del a), habría que complementarlo. Porque el acostumbramiento de nuestra sociedad a la protección del Estado y el consecuente naufragio de la propuesta liberal obedece en gran medida a la irrestricta aplicación de la estrategia b). Durante décadas el “medicamento genérico socialoide” a modo de mendicante remedo de su versión original, se ha venido sumando a ella para consolidar el paradigma social de recostarse al Estado esperándolo todo de su falso temperamento benefactor. Nadie gana una batalla entonando el himno del enemigo y enarbolando sus pabellones. Por temor a que un enfrentamiento frontal hiciera perder algunas escaramuzas, se han generado las condiciones para perder la guerra. Ahora va a ser más difícil.

Esto no significa que la izquierda consolide su victoria porque, en definitiva, se trata de una ideología decadente. No exhibe éxitos, no acepta renovarse a fondo, no genera academia. Sus postulados no conducen hacia sociedades prósperas y libres. Por el contrario, fracasan una y otra vez y su fracaso es tanto mayor cuanto más se apegan a sus primigenias y más profundas convicciones.

El problema es que, si los verdaderos conductores de la opinión pública siguen brillando por su ausencia, la gente sólo terminará por rechazar el espejismo del “beneficio estatal” e ingresará en el sacrificado y exitoso camino del desarrollo económico, cuando el desastre asistencialista haya dinamitado el relativo bienestar conseguido por amplísimos sectores medios. Tendremos recién allí a nuestro Milei, que no tendrá porqué insultar, pero sí deberá ser duro, inflexible en el gasto y en el enfrentamiento a los enemigos del desarrollo. Debe ser consciente de que mientras la izquierda siga imponiendo a nuestros pueblos las mismas rémoras culturales que lo retrasan, no se puede contar con ella para cogobernar el país. Tampoco se podrá evitar su perversa táctica de tirarle a todo lo que se mueve, porque nuestra izquierda sigue sin renovarse a fondo y el enfrentamiento virulento y furibundo, sigue respondiendo a la premisa de que el fin (que ya no es más que obtener el poder político) justifica los medios.

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