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Multiculturalismo, utopía y doble moral

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Juan Pedro Arocena | Montevideo
@|“Lo que debemos combatir es el separatismo islamita. Es un proyecto consciente, teorizado, político-religioso, que se traduce en un reiterado alejamiento de los valores de la República, que a menudo conlleva la formación de una contrasociedad…” Emmanuel Macron (extraído del discurso del 2/10/2020).

La cita viene a cuento de los avances de las posiciones de las derechas en Europa, que manifiestan entre otras características ideológicas, ser contrarias al multiculturalismo. No cabía esperar otra cosa. En Francia, Bourtzwiller es una de las 47 zonas definidas como “barrios de reconquista republicana” por el Ministerio del Interior francés. Allí el yihadismo ha constituido su propio gueto en donde cunde la criminalidad y el tráfico ilegal de la peor especie. Que Francia se plantee recuperar de manos del islam una parte de su territorio suena a historia del siglo VIII y a Carlos Martel. Pero no, han pasado 13 siglos y la batalla continúa.

Otro tanto podríamos decir de Suecia, ese país que a comienzos del milenio tenía las cárceles vacías y en donde la inmigración indiscriminada generó guetos dominados por el narcotráfico y la delincuencia.

Con el multiculturalismo sucede lo mismo que con la distribución de la riqueza y tantos otros postulados propios de la doble moral del bienpensante contemporáneo. Porque si desde el poder político se procede a distribuir la riqueza está muy bien…, siempre que no sea a costa de “mi riqueza”. Si las sociedades europeas aceptaran un multiculturalismo de manera genuina, la inmigración no debería ser sólo permitida para atravesar la frontera.

Aun en el caso de que los europeos estén dispuestos no sólo a proporcionar trabajo al inmigrante, sino también a mandar a sus hijos a los mismos colegios, a contraer matrimonio, a vivir en los mismos barrios, cosa que de por sí muy dudosa, habría que ver si los inmigrantes asumen esa integración.

Un varón musulmán puede casarse con una cristiana, pero una mujer musulmana no puede hacer otro tanto con un varón cristiano. La utopía multiculturalista no prevé el caso de la coparticipación cultural con quienes no están dispuestos a convivir con otras culturas. ¿Cómo permitir que junto con las iglesias y sinagogas se construyan mezquitas en donde operan las madrazas que enseñan a combatir al infiel? Cuando esos disparates se configuran, la consecuencia es la marginalidad, el delito, el gueto, el terrorismo ultra religioso, todo lo que Macron denomina “la contrasociedad”.

La civilización occidental, su libertad, su prosperidad, su respeto a los derechos humanos, su Estado de Derecho, no vino en un repollo. Fue consecuencia de un largo proceso de culturización de distintos pueblos, que hunde sus raíces en la democracia y filosofía griegas, en la tradición judeo - cristiana, en el derecho romano, en la revolución industrial y en las ideas de la Ilustración.

La libertad de cultos y de conciencia es uno de sus pilares fundamentales. La religión ha coadyuvado a esa conformación cultural y Occidente debe reconocer con orgullo su origen judeo – cristiano. Esas mismas confesiones, a la vez, han evolucionado con la propia sociedad que conformaron al verse obligadas a superar la intolerancia religiosa.

El islam es profesado por 1200 millones de personas. La mayor parte de ese enorme contingente humano vive en países gobernados por teocracias, monarquías absolutas y dictaduras autocráticas. En ellos, la mujer es particularmente sometida, los derechos humanos no forman parte de un ordenamiento jurídico que prescribe castigos corporales y donde aún subsiste la ley del talión. Lo que nos separa de ellos no son los prejuicios religiosos ni la xenofobia, sino 14 siglos de evolución política y cultural.

En ese orden de ideas, el multiculturalismo es otra utopía propia del universo de lo políticamente correcto que invariablemente concluye en lo fácticamente desastroso. Como infundada idealización, la utopía carece de un correlato con la realidad, por lo que conduce fatalmente a su indeseable contrario: la distopía.

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