@|La pobreza puede ser el robo del futuro; pero la pobreza en la frontera es la ausencia del presente, y el asalto del futuro de muchos niños.
El pasado domingo 15 de agosto, se celebró el día de los niños en Argentina y Uruguay; en Brasil será el 12 de octubre, y para Unicef el Día Universal de los niños será el 20 de noviembre.
Pero sea cual sea el día que les dediquemos, no cambia en nada la realidad de la vida de muchos niños que viven en las fronteras, no sólo de los que nacieron allí, sino también de los migrantes que han llegado desde hace mucho tiempo a la región.
Por ejemplo, “durante 2020, 1.577 niños fueron separados, no acompañados e indocumentados [...] solo en los primeros tres meses de 2021, la cifra llegó a 1,071”, únicamente entre Venezuela y Brasil; sin embargo, “entre octubre de 2020 y febrero de 2021, al menos 430 niños, niñas y adolescentes (NNA) salieron de Venezuela junto con otros menores. Es más, 51.250 niños, niñas y adolescentes se trasladaron en una migración mixta que cruzó la frontera colombo-venezolana (32.500 retornados)”, según fuentes venezolanas. En Argentina, “el 67% de nuestros niños están bajo la línea de la pobreza, son 8 millones de almas en pena sin horizonte a la vista. Un millón de chicos desertaron de las escuelas durante el último año y ninguno fue a la escuela en 2020”.
Asistir a la escuela sin saber por qué, sin otro objetivo futuro que tener que ir porque allí pueden alimentarse, o por no estar solos en casa, o en la calle mientras los padres trabajan, o reciben beneficios sociales del gobierno; o peor aún, tener que dejar de estudiar para ir a trabajar tanto como sea posible, porque no hay suficiente dinero en la casa, el padre está enfermo o la madre gana muy poco trabajando en tiendas fronterizas, con venta ambulante o en el servicio doméstico.
Y eso sin mencionar los niños que han emigrado a una nueva ciudad, con otra cultura e incluso otro idioma. Que los acoge con amabilidad, pero que ya tiene sus propias dificultades (violencia, desempleo, incluso falta de atención médica), y que por más que quiera, no podrá proteger a todos los niños frágiles expuestos al abuso, la violencia, el abandono y la explotación laboral o sexual, que todo el mundo sabe que existen, pero nadie dice para no tener problemas, y así van llegando al Estado uruguayo: “Desde 2017, más de 800 menores han sido vinculados a centros del Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay (INAU)” [...] INAU interviene “ya sea porque no tenían un referente adulto y el Estado se hizo cargo de ellos, u otros que vinieron con sus padres y concurren a centros de primera infancia o clubes de niños”.
Todos ellos saben que cuando lleguen a los 12 años, 15 como máximo, tendrán que salir a la batalla y a forjar el futuro; y ello se suma a la pandemia y a la crisis económica que se siente con más fuerza en las fronteras, donde lo que más hay son ilegalidades, porque los gobiernos no tienen la capacidad de crear fuentes reales de empleo que den a la población de la región un presente más digno, así como la posibilidad de soñar con un futuro mejor.
Quizás los gobiernos de la región deberían comenzar a invertir más en la primera infancia y cuidar mejor a los jóvenes, atrayendo o generando fuentes sostenibles de empleo para brindar otras oportunidades y más posibilidades de superación personal; reduciendo las desigualdades intelectuales y financieras, para que los jóvenes de hoy puedan tener un trabajo digno, sueños cumplidos y vidas realizadas, sin tener que optar por un plan social de gobierno, ni por la ilegalidad o marginal tarea del contrabando, siendo quileros o bagayeras para poder sobrevivir. O, por qué no, pensar en bajar el costo de producción en la región, porque ellos también pueden y merecen vivir mejor, no sólo como dependientes sino como autónomos emprendedores.