@| Quien no se cuestiona el presente no puede construir un futuro mejor. Esto aplica al proceso electoral justo en un año muy especial donde se avisora la peor campaña política que jamás antes el Uruguay pudiera imaginar y para ello basta con ver quienes son los precandidatos.
Pero vayamos a analizar y cuestionar el sistema y el proceso electoral actual del Uruguay comparado con los de la región. Muchos países tienen elecciones presidenciales y parlamentarias o legislativas separadas en el tiempo e intercaladas, algo saludable y necesario para la democracia pues mantiene la separación de poderes desde el mismo acto eleccionario.
Es bueno para la sociedad y cuerpos electorales dado que les permite conocer con más detalle las propuestas de quienes se desempeñaran en el Ejecutivo y en el Parlamentario y quiénes serán los futuros legisladores; es exigente para el sistema político pues requiere que tanto en la instancia presidencial como en la parlamentaria los candidatos se den a conocer, muestren sus caras, se presenten ante la ciudadanía hagan sus campañas presenten sus planes e interactuen con la gente.
Para la ciudadanía es la mejor manera de madurar cívicamente y de ejercer una mejor y más plena soberanía en la toma de decisiones y eso enriquece la democracia.
Puede evitar que el “efecto presidente” se traslade al parlamento el cual termina no siendo representante del pueblo sino representante y agente funcional del Ejecutivo lo cual atenta contra la institucionalidad y la democracia en términos de separación de poderes.
El sistema y proceso electoral actual tiene todos los efectos contrarios, al ser presidencialista concentra el poder en el Ejecutivo el cual desde antes de las elecciones ya sabe quiénes serán sus diputados y senadores y después al nombrar al Poder Judicial y darle financiaciamiento completa su obra; nombra a plena discreción y antojo a los candidatos a parlamentarios y legisladores a los que oculta del conocimiento del votante pues del tercer lugar en las listas de votación en adelante nadie tiene la menor idea quienes son, evocando a la tortuga en el poste de luz, nadie sabe cómo llegaron, por que están allí, quien los puso, que competencias tienen y que son o no capaces de hacer, pero sobre todo quien es capaz de bajarlos porque solos no se bajarán.
Resultado es que esas figuras muchas oscuras e indeseables apañadas en listas opacas de votación terminan siendo fieles y leales al partido, a los caudillos, a las enseñas partidarias ante las que sucumben por la tan manida y antidemocrática “disciplina partidaria”, y a la ideología, olvidándose y dando la espalda a quienes los votaron, los que en suma son verdaderos rehenes que fascinados por la imagen y el efecto presidencialista caen cada cinco años en la misma trampa.
Elecciones separadas del órgano Ejecutivo y del órgano legislador protegen a los ciudadanos del acceso al poder de los Don Nadie oportunistas y trepadores que luego terminan en la justicia por delitos económicos y corrupción.
Uruguay separó elecciones nacionales de departamentales o municipales que en sí mismas tienen el mismo efecto que las presidencialistas un cambio para dejar todo igual. Una democracia sana y vigorosa es la que privilegia al soberano antes, durante y después, una democracia sana es la que demuestra ser transparente y creíble.
Las elecciones presidencialistas hacen de la democracia un instrumento de uso del sistema político que obtiene beneficios de sus vulnerabilidades a las que perpetua obviamente sin cuestionarlas.