Roberto A. A. | Montevideo
@|Uruguay, históricamente reconocido por su estabilidad democrática y su compromiso con las libertades individuales, enfrenta un panorama político que despierta serias inquietudes. Imaginar un gobierno liderado por un Presidente sin autonomía real, bajo la sombra de un Secretario con vínculos con el MLN Tupamaros, genera dudas sobre la transparencia y la verdadera fuente de poder.

A esto se suman ministros que parecen más piezas desechables que agentes de cambio; listos para asumir culpas y desviar la atención en caso de corrupción. Legisladores que apoyan regímenes dictatoriales como el de Venezuela, donde los derechos básicos son pisoteados, refuerzan la idea de una desconexión entre sus ideales y los valores democráticos que deberían representar.

El panorama se agrava con un PIT-CNT politizado, que parece admirar modelos autoritarios disfrazados de revoluciones proletarias, mientras los verdaderos líderes de estas supuestas utopías viven en el lujo, lejos de las necesidades del pueblo.

La cuestión es alarmante. Si aceptamos esta realidad como inevitable o miramos hacia otro lado, ¿qué futuro estamos construyendo para las próximas generaciones? ¿Qué mensaje transmitimos al tolerar la corrupción, la manipulación y el debilitamiento de nuestras instituciones?

La respuesta no está en la resignación, sino en la acción. La ciudadanía debe informarse, exigir cuentas y, sobre todo, participar activamente en el destino del país. La democracia no se defiende sola; requiere de una sociedad alerta y comprometida.

Así es que por las declaraciones del Sr. Castillo en defensa de la dictadura en Venezuela, pedimos que no asuma como ministro.

Entonces, la pregunta que queda es: ¿seremos espectadores pasivos de un futuro incierto o protagonistas del cambio que Uruguay necesita?