María Victoria Pereira Flores, Fundación Lagunas Costeras | Rocha
@|Corría el año 2014 y ya por sus meses finales la Laguna Garzón ingresó al Sistema Nacional de Áreas Protegidas del Uruguay, ya que todo el irónico proceso de la autorización ambiental previa del puente que la cruza lo había proveído como condición “sine qua non” casi 22 meses antes.
La emoción era una mezcla de sensaciones, pues la incorporación al SNAP había sido deseada desde hacía varios años atrás, pero venía acompañada de una inminente obra que había dividido a la población y que se sabía que marcaría un antes y un después en la transformación del territorio. Es que se trataba (trata) de una zona costera con un potencial de avance de los procesos (especulativos) urbanísticos como ninguna, dada su cercanía a José Ignacio -con el metro cuadrado de los más costosos del mundo-, y una necesidad de expansión de la “civilización” dentro de inexistentes planificaciones y/o estrategias de turismo sustentable, o de existir con enormes excepciones y salvedades que en cierta manera permiten hacerse trampa al solitario.
Aun así, bajo ese panorama de quien está leyendo el diario de lo que ocurrirá el día siguiente, nos alegramos, porque más allá de que se venía cierta “situación anunciada”, como personas que creemos en el ordenamiento jurídico, vislumbramos que contar con la protección de tierras SNAP se transformaría en un instrumento legal por demás hábil para procurar la conservación de las mismas.
Y “pasó mucha agua debajo de ese puente”, como nunca mejor una metáfora simboliza, muchas historias y seguramente seguirán pasando otras muchas más… pues lo que sucede en esa zona es propio de una serie de Netflix. Y pasaron también personas, causas, situaciones surrealistas al estilo de una película de Almodóvar; conflictos que tuvieron relevancias muy grandes por el tipo de actores sociales que estuvieron involucrados (¿cómo explicar sino el ser portada del diario argentino La Nación en plena pandemia, por el solo hecho de limitar -no prohibir- el uso del cuerpo de agua para practicar el kite surf?)…
Y en ese devenir de situaciones, se cumplen diez años de la creación de esa zona protegida para la conservación de Uruguay. Diez años que han significado muchísimo trabajo y continuo hacer, con una serie de personas que se han puesto al hombro el cuidado del sitio hacia un verdadero interés general.
Aún así, la laguna y sus tierras aledañas hoy tienen grandes riesgos, pese a su protección normativa, y su principal fuente de pérdida de biodiversidad no lo constituye el hecho de estar tan cercana a una de las boyas petroleras más riesgosas del mundo, o el propio cambio climático que golpea por doquier, sino la veloz y desmesurada transformación urbanística.
Asimismo, aún padecemos la ausencia de visión de cuenca hidrográfica a través de una comisión específica, la ausencia de Plan de Manejo, la ausencia de un Protocolo de Apertura de la Barra, la ausencia de significativos dineros para su gestión…
Nuestra esperanza para los próximos años es que Uruguay se las juegue con firmeza para gestionar el área protegida, y que actúe “simplemente” de forma coherente a la hora de lo que permite o no que se genere en la misma por su condición de territorio SNAP.
Nuestra expectativa, mientras no se pueda abrir el corazón y hacerle sentir amor genuino por la laguna a todos los que la visitan o habitan (el que trasciende del interés personal) rumbea al ámbito de la economía, las finanzas e incluso la inteligencia artificial para que se permita sostener económicamente el verdadero costo de la conservación, hasta tanto no se sepa el valor real de la existencia de las especies (porque para eso se requiere ser Dios, y simplemente somos seres humanos viviendo en tiempos humanos).
Mientras tanto, como amiga de la Laguna Garzón la disfruto y cuido, y simplemente sé que trascenderá de esta generación y de varias otras venideras; porque en definitiva, las leyes de la naturaleza ponen a cada cual en su sitio, pues como diría Carl Sagan, hasta el propio planeta que nos acoge (a nosotros y a la Laguna Garzón) es un mínimo “punto azul pálido” en un Universo infinito.