Nicolás Etcheverry Estrázulas |
Montevideo
@|El último clásico fue deplorable y olvidable por la falta de buen fútbol, de jugadas hilvanadas, de ritmo, de todo lo que puede esperarse de un espectáculo deportivo. Tampoco ayudaron algunos hinchas descerebrados que se creen listos arrojando proyectiles con riesgo de hacer daño no solamente a las personas, sino a la institución que los recibe.
Todo ello es algo que se muestra al público interno, pero que también se exhibe en el ámbito internacional. De educación y cultura competitiva, poco y nada.
Pero además, una parte importante de la responsabilidad de haber sido tan paupérrima la demostración deportiva, fue el estado de la cancha. Una vergüenza mayor que un mero mal partido de fútbol. Porque la cancha de un club que supo ser tricampeón de América y bicampeón del Mundo exhibió un estado de deterioro y mal cuidado peor que la de muchos clubes del país que – con menos historial deportivo y menores ingresos económico-financieros – saben cuidar mejor sus predios y entienden mejor lo que es priorizar lo importante. Las canchas son más visibles y duraderas que aquellos jugadores que transitan por ellas. Son vidrieras.
Esto fue una vergüenza para el Club, para el fútbol uruguayo en general y para un país que quiere festejar el Centenario del primer Mundial dentro de poco tiempo.
Ojalá los dirigentes de turno se percaten de ello y se pongan de acuerdo en los temas que importan.